I
Sucedió en el
Geolodía 2017 en Guipúzcoa celebrado ese año en Zumaia. Irune había invitado a
Carlos a asistir. Su profesor y director de tesis Arnaldo Ilarri iba a explicar
las secuencias de las ritmitas en la costa vasca relacionándolas con los
diversos cambios climáticos que se han sucedido desde el origen de los tiempos.
Las ritmitas, según explicó el profesor, son aquellas sucesiones de capas en la
roca que conforman un paquete de estratos depositados en un fondo marino, cuyo
contacto entre un filón y el siguiente corresponde a una ruptura en el proceso
de sedimentación debido a un cambio climático asociado a un ascenso o descenso
del nivel del mar que por diversas causas extingue o modifica parte de la vida
de las plataformas marinas continentales dejando grabado, entre cada capa, un
evento a menudo relacionado con los movimientos astronómicos de la Tierra y la
Luna. Ese paquete de estratos en conjunto da lugar a una secuencia repetitiva
de delgadas capas de piedra en la que los geólogos son capaces de reconocer ritmos
y series, determinados por los ciclos de Milankovic.
Zumaia era el
paradigma de la representación fósil de este tipo de fenómenos, puesto que la
erosión del mar había dispuesto en sus acantilados toda una extensa y
maravillosa colección de estratos visibles, perfectamente alineados, limpios y
ordenados, que a lo largo de esa parte de la costa guipuzcoana estaban
expuestos como las hojas de un gran libro sobre la historia de la Tierra.
“De hecho aquí
en Zumaia se han registrado dos eventos a escala mundial que quedaron grabados
para siempre en la roca, convirtiéndose este en el único lugar del mundo donde
se han colocado dos clavos de oro: uno de ellos certificando una bajada
repentina del nivel del mar de unos 80m, hace ahora sesenta y un millones de
años y el otro marcando un cambio de polaridad magnética a mediados del
Paleoceno. Además hemos estado a punto de conseguir el tercer clavo de oro que
al final se llevó Tunicia, pero que aquí queda también perfectamente
representado. Se trata de la frontera temporal de los periodos Cretácico y
Paleógeno reflejada entre nuestros estratos con una fina capa de arcilla oscura
con trazas anormalmente altas de iridio en el famosísimo nivel K/T que marcó la
extinción de los dinosaurios debida al gran impacto del meteorito que se
estrelló contra la península del Yucatán hace ahora sesenta y seis millones de
años, creando una oscura nube contaminante que envolvió por completo el planeta
acabando con el setenta y cinco por ciento de las especies. Es por eso que hoy celebramos
por todo lo alto la puesta en valor de este lugar agradeciendo al Gobierno
Vasco estos accesos que ha tenido a bien construir y financiar y al Ayuntamiento
de Zumaia por dar el permiso a las obras de este nuevo camino equipado amarrado
a la roca que nos acerca con pasarelas de acero de alta resistencia hasta los
afloramientos más emblemáticos. Además hay que reconocer que se ha hecho de una
forma muy amable respetando siempre el entorno y con el menor impacto
medioambiental, para alterarlo lo menos posible, pero con el objetivo claro de
que todo el mundo pueda venir, con la seguridad de no resbalar y caer, a
conocer nuestro santuario geológico del Geoparque de la costa vasca”- terminó
diciendo entre aplausos el doctor Ilarri.
Se habían
colocado escaleras de hierro y plataformas con suelo de tramex que elevadas
sobre la playa circundaban los acantilados para poder llegar, con comodidad, a los
dos golden spikes que como pareja eran únicos en el mundo.
A Carlos le había
encantado ese lugar desde que lo trajeron por primera vez sus padres y cada vez
que lo visitaba se enamoraba más de él. Se extasiaba al atardecer observando el
horizonte anaranjado como un fuego en brasas fundiendo el cielo contra el
lineal corte oscuro del mar cantábrico. Se sentaba en una repisa del acantilado
y pasaba horas acariciando suavemente con los dedos los estratos pensando en todo
lo que encerraban debajo. Sentía la sensación de estar visitando un templo
sagrado. Tocar el nivel K/T era para él como acicalar la lápida del gran
panteón de los dinasaurios.
La amistad de
Irune con el hermano de Carlos había hecho que se conocieran en Zaragoza, en la
gala anual de Sampuz, la Sociedad de amigos del museo Paleontológico de la Universidad
de Zaragoza, donde el hermano de Carlos recibía un premio en 2016 por una
publicación sobre cumbres rocosas de Aragón. En aquella ocasión hablaron
durante toda la cena. Les tocó juntos en la mesa de los invitados que
acompañaban al galardonado.
Irune, ya
terminado su grado de Geología, había elegido un tema candente para su tesis “La
influencia de cambio climático en los acuíferos de la Cordillera Ibérica”, y
Carlos estaba obsesionado con las cuevas todavía por descubrir en las caudalosas
galerías que suponía iban a parar al nacimiento del río Pitarque. Con ese
pretexto los presentó su hermano.
La ascendencia
materna de Irune le había hecho pasar los veranos en Teruel, tan lejos de las
húmedas costas vascas y de la superpoblación propia de aquella región excesivamente
industrializada cuya extensión no llegada a la mitad de la desértica provincia
del sur de Aragón. Quizá por eso se había terminado enamorando de la Cordillera
Ibérica y de sus desiertos demográficos con paisajes tan poco humanizados, que
le evocaban la más absoluta y romántica soledad. Irune estaba pensando en
instalarse definitivamente en lo que ahora llaman algunos la antigua
Celtiberia. Las surgencias de Cella, el río Queiles o los Ojos de Cimballa,
eran para Irune un milagro de la naturaleza sin parangón y tenerlos tan cerca suponía
para ella vivir en el paraíso. Con su estudio estaba decidida a desvelar los
secretos de las copiosas fuentes surgidas de una tierra tan árida como aquella
y su delicado equilibrio.
El Geolodía es
una convocatoria divulgativa de la Sociedad Geológica Española que se celebra
anualmente en cada provincia donde todos los primeros fines de semana de mayo los
geólogos exponen y acercan, en un entorno natural y singular al aire libre, los
secretos y curiosidades de la historia de la Tierra, con el fin de hacer
visible la importancia de esta disciplina en la vida de los seres humanos y en
la supervivencia de nuestro planeta. Precisamente esta iniciativa se estrenó en
Teruel junto a los famosos y emblemáticos Órganos de Montoro. Hacía ya doce
años de aquello, pero aunque a Carlos le encantó aquella apuesta, las circunstancias
año tras año le habían impedido repetir a pesar de ser un apasionado de esta
disciplina. Los estudios de geología en la universidad siempre fueron para él un
sueño pendiente de comenzar, le atraía mucho más la historia de La Tierra que
cualquier logro alcanzado por el ser humano.
También estaba
enamorado de la naturaleza, de sus espacios vírgenes, se definía a sí mismo
como un contemplador de paisajes y se dedicaba durante horas a recorrer parajes
recónditos observando los perfiles recortados contra el horizonte, intentando
averiguar los desdibujados valles en la lejanía, para viajar hasta ellos e
introducirse después en cualquier barranco angosto y acariciar las suaves
formas redondeadas de sus paredes admirando la potencia descomunal del agua al
engendrarlos. Le encantaba deslizarse al interior de las arrugas de un paisaje
perfectamente moldeado con el paso del tiempo. Cualquier paseo por un entorno
natural le revitalizaba, rejuvenecía su mente y le devolvía a casa como si
fuese una persona nueva.
En su primera
conversación con Irune, le habló de la cantidad de cavidades subterráneas a las
que se podía acceder en la zona celtibérica. La cueva la Obriga y su aporte a
los Ojos del Cabriel, Bocanegra, el Recuenco, la Cueva del Tornero con doce
kilómetros de galerías eran algunas de las más impresionantes. Irune lo escuchaba maravillada. Qué mejor para
un geólogo que poder visitar sitios tan inaccesibles y recónditos que lograran
resumir con la mera contemplación visual tomos enteros de libros sobre paisajes
kársticos e hidrogeología. A Carlos le
encantaba que su interlocutora se interesara tanto por sus propuestas, y
terminaron por acordar aquella noche que él la llevaría visitar algunas de esas
cuevas, aunque se les pasó por alto poner una fecha concreta.
Varios
festivales les hicieron coincidir y terminar siempre hablando del mismo tema. Así
que al final, y para evitar que esos “ya quedaremos” pudieran caer en saco roto
y ligeramente avergonzados por las sucesivas postergaciones. Irune le dijo sin
reparos: -¿Por qué no te vienes el próximo 6 de mayo a Zumaia? Tengo que
acompañar a mi director de tesis. Podemos aprovechar y nos damos una vuelta por
el norte y me enseñas La cueva de la Leze, ese río subterráneo tan bonito e impresionante al que te llevó tu
amigo, en el que me contaste que os metíais bajo una montaña por un barranco
entre Alsasua y Salvatierra cruzando de un lado a otro. Nos pilla de camino y
de paso concretamos alguna incursión en alguna de estas cuevas turolenses que
me comentas-.
En realidad se
la presentó su hermano, pero él creía conocer a Irune desde la infancia. Era
uno de esos recuerdos vagos que no sabes si has vivido de verdad o los ha
fabricado tu imaginación. ¿Veraneaba en el pueblo de al lado? Creía recordar su
mirada risueña y penetrante, pero si la hubiese visto seguro que ahora la
reconocería sin titubeos. Y si la había olvidado ¿dónde se había metido durante
todo ese tiempo?
Así que cuando
le dijo que sí a su propuesta, su corazón empezó a inquietarse porque parecía
hacerse realidad algo que aparentaba llevar largo tiempo esperando.
El profesor
Arnaldo había hablado de amabilidad a la hora de poner los hierros que
recorrían los acantilados de Zumaia y a Carlos le vino a la memoria una visita
que hizo con el colegio a la Central Nuclear de Santa María de Garoña cuando todavía
estaba en funcionamiento. Jamás vio una presentación tan amable y unos parques
exteriores tan cuidados como aquellos. Los pavos reales extendían su cola
mientras a unos metros una bomba atómica supuestamente controlada fisionaba
uranio altamente radiactivo con el fin producir electricidad a borbotones, que
luego podría ser derrochada a cientos de kilómetros. Pensó que la amabilidad no
era suficiente argumento para justificar una obra de esas características y que
a veces puede servir para maquillar y esconder algunas acciones de todo menos
honorables.
Así que cuando
terminaron los aplausos de la intervención del profesor Arnaldo, lleno de
nerviosismo levantó la mano bien alto para preguntar, pero el murmullo de la
gente que daba por terminada la inauguración y la falta de ímpetu de Carlos
para pedir a gritos su atención hizo que su solicitud se desvaneciera ante la
atónita mirada de Irune, que fue la única que advirtió el brazo alzado de
Carlos.
**********
II
-Sí, eso es, color azul vivid metalizado,
transmisión 4x4 y cambio automático.
…
-Dijimos tapicería de piel color
ciruela, asientos eléctricos ajustables y calefactados, claro.
…
-Sí, y climatizador por zonas
también.
…
-Las llantas de aleación, creo
que eran el modelo R3H8.
…
-Sí tiene que ir a nombre de
Merche Mateo, el DNI ya se lo dimos por correo.
…
-No, yo no puedo figurar, ya me
entiende, los funcionarios no podemos recibir regalos.
…
-Ya, ya sé que no es exactamente
un regalo, pero puede que algún envidioso quiera buscarle tres pies al gato y
nos quiera preparar un altercado.
…
-Está claro que todo el mundo lo
hace, de algún sitio hay que sacar para sufragar el tiempo que echamos por nada
y los viajes con el vehículo propio siempre de aquí para allá haciendo más
horas que un reloj. Lo que no podamos cobrarnos en jornales lo tendremos que
sacar en materiales.
…
-Sí, dile a Manuel que lo del
proyecto del acondicionamiento del barranco Hondo y la Hoz Mala lo tengo ya casi terminado. Van
un centro de interpretación en cada uno y unos cinco kilómetros de pasarelas,
dos escaleras colgantes y tres puentes.
…
-Sí cuatrocientos mil euros el
primero y trescientos noventa y cinco mil el segundo.
…
-Sí les he preparado yo mismo tres
presupuestos distintos que necesitan como mínimo para el concurso público con
nombres de empresas que colaboran con nosotros, así les facilitamos la tarea y
no pierden el tiempo buscando quien se lo pueda hacer, tampoco creas que somos
tantos los que nos dedicamos a esto. Los alcaldes y el presidente de la comarca
están de acuerdo. Tienen muy claro que hay que revitalizar el turismo o esto se
nos hunde. En esta provincia no queda nadie y la despoblación avanza como una
mancha de aceite. Hay que hacer algo, vertebrar los parques turísticos poniendo
en valor su naturaleza y patrimonio, sino terminarán cerrando todo:
restaurantes, hoteles, escuelas y servicios médicos.
…
-Sí, si sale adelante, ya quedamos
con Manuel que aprovecharía para hacer la rehabilitación de mi casa en el
pueblo mandando una cuadrilla de los que vayan para darle un repaso.
…
-Sí, sí, me han asegurado que en las bases van a poner que la empresa constructora tiene que estar afincada en la
comarca, Manuel ya ha tramitado el cambio de domicilio social, como otras
veces.
…
-Así que ya vamos hablando, tú ve
preparando lo que hemos acordado, me pasaré por allí a la semana que viene y
cerramos todo con Manuel.
…
-Vale de acuerdo me quedaré a
comer con vosotros y a lo que se tercie luego.
…
-Da recuerdos a todos por ahí, un
abrazo. Adios, adiós.
********
III
Al día siguiente partieron de
Donosti temprano en el coche de Irune, traían en él las mochilas cargadas con
los trajes de neopreno de Carlos, los arneses y la cuerda, para descender el
río Artzanegui a su paso por el interior de la cueva de la Leze. Es cierto que
los ánimos estaban un poco más enfriados que el día en que llegaron, todavía
resonaban en los oídos de Carlos las preguntas de Irune cuando volvió de
reunirse con su profesor:
-Pero, ¿tú estás loco o qué?, el
profesor Ilarri es mi director de tesis ¿Cómo ibas a decirle semejante
barbaridad en público? Me corta la cabeza. ¡Qué peligro tienes, madre mía! Te
ha visto llegar conmigo y hubiera creído que era de tu misma opinión.-
No es que Carlos quisiera reventar la charla, ni siquiera
había venido a formular preguntas incómodas, pero hacía ya un tiempo que había
perdido la fe en los seres humanos que se hacían pasar por profetas defensores
de la naturaleza.
Es verdad que
las olas conseguirían con el paso de los siglos arrancar la cantidad de
andamiaje que recubría ahora el monumento geológico de Zumaia, pero a Carlos le
producía una agresión visual terrible que le dañaba el paisaje y sus recuerdos
de forma displicente e irreversible.
Tenía
demasiados ejemplos en la cabeza de cómo el hombre modificaba el medio en el
que se asentaba a su antojo sin demasiado respeto, quizá con demasiada falta de
sensibilidad o sin una necesidad imperiosa de hacerlo, a veces obrando solo por
dejar su impronta bien visible, otras por conseguir recursos desaforadamente,
pero nunca pensando en que aquellas huellas no se podrán borrar para restablecer
el paisaje primitivo.
Las autoridades argumentaban a
menudo que se hacía para proteger de acciones vandálicas o para poner en valor
el patrimonio natural, pero en realidad se estaba cometiendo una agresión en sí
misma contraria precisamente a su objetivo original. Recordó la puerta de la
Cueva del Recuenco en Ejulve donde se colocó una reja para que evitar que
entraran intrusos que pudiesen molestar a los murciélagos o romper
estalactitas, para al tiempo darse cuenta de que quién más molestaba a los murciélagos
era la propia reja que no les dejaba pasar para entrar y salir de la cueva. Años
más tarde terminó haciéndose lugar visitable restringido a un público que
contrate a una empresa concreta de guías de aventura.
Carlos pensaba que el ser humano
no era capaz de considerar cualquier rincón de la Tierra como una gran obra de
arte, ni advertir que cualquier modificación sentenciaba a los siguientes
visitantes, homínidos o no, a no poder contemplar cómo era aquello, en pleno
estado natural, antes de que llegásemos nosotros a modificarlo.
-Ya, pero es que ponerme en
contra de mi profesor puede salirme muy caro. ¿Tú sabes la de puertas que puede
abrirme laboralmente? Al margen de que tengo que acabar la tesis con él, tiene
una empresa con su mujer, Proesna creo que se llama, de acondicionamiento de
espacios naturales que ahora están trabajando mucho por Teruel y ya me ha dicho
que desea abrir allí una oficina insinuándome varias veces que necesita a
alguien para hacer las evaluaciones de impacto medioambiental. Yo no digo que no se hayan equivocado en el geoparque pero
hombre tratar de ponerme en evidencia de esa manera. Mira si termino trabajando
para ellos trataré de que no se hagan las cosas de un modo tan agresivo. Menos
mal que no te dejaron hablar, yo ya me estaba poniendo de todos los colores.
Llegaron
a Eguino a eso de las once de la mañana, lloviznaba pero la temperatura era
buena.
Consultaron
la reseña para saber con seguridad cómo llegar al comienzo del cañón y tener
clara la altura de todas las cascadas. Carlos no recordaba exactamente los
pasos.
Subieron
la enorme cuesta de hierba y matorral hasta llegar al “Ojo del Búho” , un túnel
de acceso natural que con un espectacular rápel de 60 metros acorta bastante la
llegada. Al asomarse, el ensordecedor ruido del agua colándose río abajo por la
cueva ya empezaba a resultar inquietante. Carlos comenzó el descenso explicándole
de nuevo a Irune como hacerlo. Ella había practicado anteriormente, pero no lo
hacía con tanta frecuencia como él. Estaban emocionados y al llegar abajo Irune
grito de alegría. Le estaba encantando la actividad y eso que no habían llegado
a la entrada de la cueva todavía, pero el paisaje circundante era un
extraordinario abismo rocoso engulléndose el curso de agua de montaña que discurre
por el hayedo de Ugarraundi.
Las
primeras cascadas todavía tenían luz solar en penumbra, pero al descender la
tercera tuvieron que encender necesariamente sus luces frontales. Dentro
cambiaba hasta el sonido y la sensación de estar bajo tierra era total. La
oscuridad y agua cayendo como enormes duchas sobre sus cuerpos y los meandros
amarmitados escondiéndose tras cada revuelta les hacía pensar que aquel río
jamás saldría al exterior, pero poco a poco se volvieron a clarear las paredes
de la gruta y por fin vieron la luz del sol. Estaban extasiados, pocos lugares
de los que habían visitado en su vida eran tan auténticos como aquel. Se habían
disipado todos sus problemas y la vida parecía nueva otra vez. Antes de llegar
al coche Irune ya estaba preguntado cómo era la cueva de la Obriga y si
necesitarían el mismo material que habían utilizado en esta.
*********
IV
-Egun
on ¿Irune?... Nada te llamaba porque ya tengo casi todo cerrado para abrir la
oficina de Teruel, así que si todavía sigues dispuesta a trabajar con nosotros,
en breve podemos hablar del contrato.
…
-Precisamente
estamos buscando a alguien comedido, responsable, que sepa tratar con la gente,
y creemos que tu perfil encaja bastante bien con lo que buscamos
…
-En
principio mi idea es que acabes tu tesis, es algo que a mí personalmente me
interesa mucho. Por lo tanto vas a tener tiempo para ello, quizá empecemos a
media jornada y luego ya se irá viendo cómo avanza la faena. Te pondríamos un
coche de empresa, el que ahora voy a quitarme, para que pudieras
desplazarte por los caminos, en fin está seminuevo, aunque lleve unos cuantos
kilómetros, solo tiene dos años.
…
-Sí,
están surgiendo bastantes proyectos por Teruel, parece que desde turismo
quieren revitalizar la provincia y disponen de unas partidas presupuestarias,
procedentes de un fondo de inversiones que tienen, para trabajar en esto de la
despoblación, es una de las provincias más grandes y muchos pueblos están al
borde del cierre.
…
-Sí hay
proyectos de todo tipo y repartidos por todas las comarcas: una ferrata en el
Jiloca, en el maestrazgo un camino equipado con pasarelas por el Guadalope que
se unirá a otro desde las Cuencas Mineras, varios en la sierra de Albarracín,
también en la comunidad de Teruel y en Gúdar, Andorra… sí, sí está saliendo
faena, o sea que el trabajo va a ser para varios meses seguro y con muchas
posibilidades de continuar.
…
-
¿Quién? ¿Ese de las rastas que iba contigo el día de Zumaia?... Ah ¿Es de
Teruel? … Anda ¿Hicistéis barranquismo? ... este fin de semana cueva ¡Qué
completo! Pues precisamente he quedado con el alcalde de El Vallecillo, para un
tema sobre el centro de interpretación de la cueva de la Obriga. ¡Es la más
larga de la provincia!
…
-Bueno
de momento es mejor que no digamos nada de esto, porque todavía está en el aire
y sobre todo hay que intentar alejarse de activistas antisistema que siempre
están protestando por todo, porque en realidad no saben lo que quieren…. No, no
digo que tu amigo lo sea, pero sí que te pido la máxima discreción, nunca se
sabe si nos pueden crear problemas o incluso llegar a paralizar una obra. En
estas cosas hay mucho dinero en juego, ya lo sabes e incluso intereses
políticos.
******
V
Aún no había pasado una semana y
ya estaban embarcados hacia su nueva aventura, tenían que aprovechar la
tremenda sequía que estaba insistiendo desde hacía meses sin ninguna intención
de llover. Ahora los niveles freáticos estarían más bajos que nunca y en las
cuevas con agua era más fácil entrar así. Sobre todo en la Obriga del
Vallecillo donde a los pocos metros hay un sifón que según contaban en épocas
de crecida obligaba a bucear durante un tramo angustioso.
-Yo creo que la gente no es consciente del milagro que supone que el aire sea
capaz de absorber agua desde el mar y transportarla cientos de kilómetros
tierra adentro. Damos por hecho que tiene que llover, pero a poco que hubiese
cambiado nuestra atmósfera no sería posible la lluvia y la vida en el interior,
lejos del mar, sería inviable. Me fascina la capacidad de estas llanuras para
filtrar el agua hacia el subsuelo y almacenarla para manar puntualmente en los
nacimientos de los ríos dosificándola durante meses. Que sean capaces de
mantenerla es otro milagro de la geología. Capas de calizas filtrantes que se
superponen a otras impermeables de arcillas donde se mantiene el agua hasta
aflorar en superficie, hacen un conjunto similar a una gran esponja sobre un
cristal. Me parece todo tan mágico, que aunque llevo años estudiándolo todavía
me cuesta creer que sea fruto de la casualidad.
Pararon en Cella al punto de la mañana. La fuente llevaba seca también varios
meses. Carlos la había estado visitando regularmente durante las últimas
semanas, comprobando como descendían los niveles mínimos a un ritmo de unos dos
centímetros por día aproximadamente. De modo que iba abriéndose un camino libre
en la grieta inferior de manantial, cada vez más grande, descendiendo hacia el
agujero norte, donde ahora se veían varios cántaros y ánforas rotas en el
fondo, clavadas en el lodo, vestigio de que en épocas pasadas también se llegó
a secar y obligó a la población a bajar hasta aquella profundidad para recoger
agua.
-En la facultad nos enseñaron como la alternancia de lutitas y calizas y
dolomías a menudo da lugar manantiales, en este caso las arcillas del Keuper, último
piso del Triásico, son las que retienen el agua, que discurre por las galerías
horadadas en calizas de la formación Cortes de Tajuña que hace contacto
inmediato al ser aquí la primera capa del Jurásico.
-Yo pienso que esto no lo excavaron los templarios, es otra leyenda más como
tantas otras que rodean a los misterios que la gente no puede desvelar. Estoy
convencido de que es un manantial totalmente natural que discurría por el fondo
de la vega inundando lo que ahora son las huertas y que simplemente se
canalizó, circunvalándolo con este aro de piedra en sillería que en el siglo
XVIII diseñó Domingo Ferrari, para poder desecar el cauce natural y hacerlo
cultivable, además de aprovechar mejor el agua para riegos. La fuente siempre
estuvo ahí, con sus épocas caudalosas y algún periodo transitorio de sequía. De
no ser así sido jamás se habría construido una ciudad romana tan importante que
cuando pasó sed necesitó de un acueducto como el que viene desde Albarracín
excavado veinticinco kilómetros en la roca. Los romanos eran muy rápidos
haciendo obras ciclópeas, en tiempo de paz obligaban a los legionarios a
trabajar en ellas, quizá en unos meses pudieron tenerlo terminado.
Tomaron fotos de las grietas descendentes por las que parecía venir el agua en
épocas lluviosas y recogieron muestras de algunas piedras pobladas de unas
algas de color rosa brillante que les llamaron mucho la atención por la
aparente fluorescencia que presentaban al aplicarles la luz de la lámpara
frontal. Salieron de la fuente, tomaron un café en el bar contiguo del mismo
nombre y continuaron camino hacia El Vallecillo.
Llegaron a la entrada de la Cueva de la Obriga poco antes de las diez. Todo
estaba listo, para acometer la exploración, era un día perfecto, un cazador con
sus perros de batida atravesó el barranco y los saludó mientras se cambiaban
picoteando el almuerzo para coger fuerzas. Entre risas nerviosas comentaban la
osadía que los iba a llevar tierra adentro, pero el miedo estaba patente por la
incertidumbre de la proeza que deseaban acometer. Carlos no había podido nunca
ver la cueva por completo pero hoy tenía el presentimiento de que sería capaz
de atravesar el sifón y volver para ayudar a Irune con la cuerda. Así que una
vez hubieron preparado todo el material y repasado minuciosamente cada
accesorio, cerraron el coche y se decidieron a entrar.
La primera galería siempre estaba llena de mosquitos, había que pasar rápido y
con la boca cerrada para evitar tragarlos, pero una vez llegados a los pequeños
lagos de los troncos el ambiente subterráneo se imponía y cualquier indicio de
vida iba haciéndose más improbable.
Un pozo de unos quince metros de profundidad era la dificultad vertical más
importante de la gruta, una vez abajo el sifón aguardaba oculto con la sorpresa
y la duda servidas. Se detuvieron un instante a mirar y estudiar cómo
atravesarlo.
En el lado izquierdo de la galería de acceso al sifón hay una Virgen del Pilar
clavada en el barro porque en el año 1983 el primer turolense que intentó pasar
casi se ahoga.
La primera vez que se cruzó este sifón fue en 1963, con escafandras y botellas
de oxígeno en el que Josep Subils consiguió abrir un hito en el espeleobuceo,
pues era la primera vez en España que se conseguía semejante hazaña. El sifón
que actualmente lleva su nombre, ya había sido intentado un año antes en apnea
por el mismo espeleólogo que lamentablemente perdió la vida dos años más tarde
intentando atravesar otro en la Fou del Bor en la provincia de Barcelona.
-¿Sabes? Ayer leí en el periódico que ahora quieren abrir un centro de
interpretación en El Vallecillo sobre esta cueva. Ciento cuarenta mil euros
vale la broma, parece que últimamente en la administración, a pesar de la
crisis, llevan el dinero bastante abundante para algunas cosas. Lo que peor veo de este tipo de iniciativas, es el efecto llamada a las masas que va a
provocar por el mero hecho de ver bonitas las fotografías que se van a exponer,
los visitantes desearán entrar en tropel. Hasta ahora la cueva se ha ido
visitando esporádicamente por amantes de la espeleología que deseaban conocerla
y respetarla creyendo que merece la pena el esfuerzo, pero a partir de la
apertura del Centro se masificará y como ha pasado en tantas otras decidirán
que hay que restringir el acceso. Así que hoy puede ser nuestra oportunidad
única para conocerla libremente. Luego habrá que pagar y contratar un guía.
Asfixian con abrazos a la persona que aman por que la quieren proteger.
Carlos se tiró al agua con el
neopreno abrochado hasta la capucha, al llegar al vértice del sifón se dio
cuenta de que faltaban diez centímetros para que el agua tocase en el techo,
por lo que se puso muy contento al ver desaparecido el peligro que supone
quedarse atrapado en medio sin poder respirar. Cruzó una y otra vez en sentido
contrario para informar felizmente de que no había nada que temer y juntos
superaron este que se suponía era el escollo más grande de la cavidad.
La alegría les inundaba más que la escasa agua que hoy contenía el temible pero
breve sifón, ahora ya desobturado y se abrazaron para celebrarlo.
Con las linternas repuestas en el casco y la llama del carburero reavivada
continuaron para adentro, ya sin temor, pero con una curiosidad enorme por
conocer las maravillas que encerraba semejante conjunto kárstico subterráneo de
más de tres kilómetros de recorrido conocido.
Visitaron las sala de la colada donde encontraron un esqueleto de murciélago,
la impresionante sala blanca, con una gatera de continuación formada una reja
de estalactitas y estalagmitas por las que había que pasar de lado y a rastra.
La impresionante sala Carme Tarrés donde se detuvieron a tomar múltiples
fotografías entre sus enormes columnas, colocando luces oblicuas, pues el flash
de la cámara iluminaba el vaho y un polvillo blanco en suspensión que hacía que
las imágenes se grabaran borrosas. Desde allí bajaron por rampa descendente
hacia lo más llamativo de la cavidad. Un río subterráneo vivo transporta el
agua filtrada desde parajes externos sobre la montaña como la Fuente del Buey
hasta los Ojos del Río Cabriel. Agua carbonatada que sigue disolviendo y
escavando las galerías erosiona las paredes con formas acuchilladas en marmitas
perforadas lateralmente y formas puntiagudamente afiladas. El agua saturada
depositando carbonato cálcico crea las más bellas formaciones de calcita
alrededor de los lagos y en caídas de agua, gours y grandes banderolas de
luminosa cal color canela decoran los suelos, paredes y techos de la gruta.
El río les encantó. Lo recorrieron de extremo a extremo desde el sifón más alto
al inferior, nadando por sus pasillos inundados duchándose en las cascadas con
el agua más pura y limpia que pueda imaginarse. Tanto disfrutaron, maravillados
por lo que se les ofrecía a la contemplación visual y al deleite de sus ojos,
que olvidaron mirar el reloj y solo el cansancio de sus cuerpos sirvió como
indicador del paso de tiempo. Al salir al exterior ya de noche cerrada, solo
los pinos y las estrellas que se dejaban entrever entre sus ramas indicaban que
no entraban de nuevo en una sala de grandes dimensiones. La experiencia fue
apoteósica, una experiencia que jamás podrán olvidar y el mayor viaje
subterráneo a la entrañas de un montaña que Irune había realizado en su vida y
que perdurará en su mente largos años relacionando sin parar sus conocimientos teóricos
sobre hidrogeología con la historia del nacimiento de un río representada en
vivo y en directo.
*******
VI
Carlos terminó
afincándose en Pitarque, los meses de paro de su contrato fijo-discontinuo en
el retén forestal, suponían precariedad e inestabilidad laboral, pero le venían
bien para sus aficiones. Un amigo del pueblo, le prestó una casa de monte para
dormir. Durante el día estaba siempre fuera, rastreando el terreno y buscando su
preciado tesoro. Estaba más animado que nunca. Contra todo pronóstico la sequía
seguía haciendo mella. Iban ya para ocho meses desde que apenas llovía. Carlos
sabía que aquella pequeña nevada de diez centímetros no calaría en una tierra
tan reseca y que sería incapaz de dar aportes hídricos al subsuelo. La tasa de
avance hacia el acuífero era más pequeña que la que provocaba la sublimación del
anticiclón estacionario anclado en las Azores, un fenómeno ya permanente que
parecía no querer abandonar nunca la península ibérica. Cuando cayeron aquellas
primeras y escasas nieves en el puente de la constitución, todo el mundo tenía
la esperanza de que el final del otoño devolvería las precipitaciones robadas
de forma generosa. Los agricultores se habían lanzado a sembrar el cereal de
invierno porque no creían que pudiera durar eternamente esta ausencia de
humedad, pero nada, después de aquella fugaz precipitación seguía sin caer ni una
gota. Carlos se había exiliado a la Peñarrubia, se estableció allí porque su
corazón no tenía más refugio que el sueño de la tranquilidad en una casa de
monte. La bucólica visión de Pitarque en la lejanía, los escasos ganados
pastando por las laderas y el grandioso cortado de la Peña de la Virgen, lo dejaban
extasiado. Aquel valle le parecía el mismísimo paraíso. Hasta entonces solo
había venido a visitarlo esporádicamente pero ahora tenía todo el tiempo para
dedicarlo a su íntima relación con el paisaje. Hacía ya varios años que,
siguiendo la estela de los primeros exploradores de cuevas venidos del noreste
peninsular durante las últimas décadas del siglo XX, él intentaba encontrar
algún indicio de gruta, preguntando a pastores y lugareños, observando
detenidamente las laderas cercanas al río, para visualizar algún atisbo de
agujero o grieta que pudiese avanzar montaña adentro. Pero la gran cueva soñada
se resistía. El hallazgo se les hizo también imposible a los pioneros catalanes
durante el tiempo que estuvieron explorando. Aquellos que iniciaron las llamadas
“operaciones turolensis”, entre los que se encontraban los espeleólogos Francesc
Cardeña y los hermanos Subils tuvieron la oportunidad bien aprovechada de ser los
descubridores de cuevas tan importantes como las de Cristal en Molinos y los
primeros en forzar el sifón de la Obriga. Después de ellos muchos se habían
adentrado en estas sierras y en los valles del Malburgo para intentar algo
similar, descubrir una primera, pero nadie había conseguido algo tan grandioso
después. Pitarque seguía teniendo ese halo de misterio tan especial cincuenta
años más tarde. Carlos sabía que el
olvido y el tiempo podían jugar ahora en su favor, él podía venir cuanto
quisiera, en tan solo una hora se presentaba en el collado de San Cristóbal y
de allí a la losa de los planos y a la Peñarrubia no quedaba nada. Además el
cambio climático cada vez traía periodos de sequía más largos. Siempre pensó en
la locura que suponía partir desde Barcelona en aquellos años sesenta donde las
carreteras eran poco más que caminos asfaltados y los coches no alcanzaban
velocidades mayores de ochenta kilómetros por hora, sin pensar en la de
transbordos en trenes y autobuses que había que combinar si no disponían de
vehículo propio que era lo más habitual. A lo sumo podían organizar intentos de
unos pocos días muy espaciados en el tiempo. Carlos no tenía prisa. Durante
todo el mes de diciembre fue encontrando marcas cuadradas de spray rojo en
todas aquellas oquedades que ya habían sido revisadas por los primeros
exploradores sin obtener conexión con las galerías interiores del río
subterráneo que conducía al nacimiento. Sabía que ya en el año 1989 unos
espelobuceadores de Barcelona habían intentado una exploración subacuática en
el Ojal del malburgo por donde salía la mayor parte del agua, pero los canales
eran tan pequeños que no cabían con las botellas de oxígeno atadas a la espalda.
Muchos años más tarde, durante otra sequía veraniega, Carlos también había
intentado sin éxito introducirse con traje de neopreno por aquellos huecos, en
los que aunque no brotaba el agua seguían inundados en todos los posibles pasos,
incluso transitó la gatera de la chimenea avanzando quince metros reptando por
laminadores muy estrechos hasta que se topó también con el agua que lo
bloqueaba todo.
Pero Carlos
sabía que en este recién estrenado siglo tendría una oportunidad, y si alguna
vez se desobstruían tenía que ser en una
sequía como esta, así que antes de que se pusiese a llover o nevar sin tregua
había que intentarlo. Nadie recordaba un estío tan prolongado e interminable
que se comiese el otoño y el principio del invierno y en efecto el nivel
freático estaba más bajo que nunca. Aun así los supuestos agujeros por los que manaba
un caudal desaforado en épocas caudalosas estaban todavía obturados por el
agua.
La Obriga lo
había alentado de nuevo a intentarlo como última oportunidad, así que se dedicó
a revisar gateras y simas por los alrededores que pudiesen conducir a las imaginarias
galerías que deseaba encontrar. Al fin y al cabo no le quedaba otra opción que
esperar a que se siguiesen secando poco
a poco los ojales para poder intentarlo.
Él sabía que la
forma más fácil de entrar a una cueva-río es por una antigua surgencia, pero
todo hacía indicar que Pitarque no la poseía. Así que por donde normalmente
salen hasta mil quinientos litros por segundo es probable que exista un agujero
por el que pueda caber una persona, aunque sea retorciéndose como un lagarto. Era
preciso tener paciencia.
Carlos había
visitado la Cija de Fortanete o de la Rama, cinco kilómetros aguas arriba en
dirección a Cañada de Benataduz, cerca del pico de los Santos Adones. La grandiosa
sima tenía una profundidad de 113m y se suponía que formaba parte del sistema
subterráneo y kárstico del Pitarque, aunque no se habían obtenido pruebas
positivas de coloración de aguas.
Metido en el
valle de Zoticos, esta vez veinte kilómetros hacia el sur pero en la misma
cuenca del Malburgo, se había adentrado también por los estrechos laminadores
de Bocanegra. De haber encontrado conexión hubiese resultado ser una de las
cuevas más largas del mundo.
Bien entrado
enero y tras unas vacaciones de navidad metido en harina, recordó aquella
gatera en la que tras una zarza y bajo una pared rocosa a escasos metros del
Ojal de los Planos había visto salir agua durante una primavera lluviosa. No
tenía demasiada esperanza en ella porque la primera vez que pudo entrar cuando
el verano la secó, la estrechez y la incomodidad de sus recovecos junto con los
restos de ropa, un guante y una cuerda que encontró, indicando claramente que
ya había sido explorada también, lo desanimaron un poco. Pero recordó un pozo
en la parte inferior que permanecía inundado cortando el paso.
Aquella mañana
se dirigió hacia el nacimiento con todo el material necesario para meterse por
algún hueco. Exploró de nuevo la chimenea y alcanzó cincuenta metros de
recorrido, treinta y cinco más que la primera vez. Pero el pasillo inundado por
el que avanzada, buzaba ligeramente hacia el interior y al poco se fue sumergiendo,
el agua de nuevo taponaba el techo por completo.
Aun así el
ojal del Malburgo permanecía muy seco, tanto que sin quitarse el traje acuático
probó suerte buscando con los pies alguna burbuja para pasar la cabeza un poco más
adentro. Y tomando bocanadas de aire en esos pequeños huecos intentó avanzar de
nuevo. La sensación era muy inquietante, pues era necesario recordar con claridad
cuáles eran los pasos que te habían llevado hasta allí para luego poder
retornar de forma fiable. En uno de esos avances hacia las posibles burbujas de
aire empotradas en el techo se metió un saliente de piedra en el ojo y decidió
que se había acabado el juego o terminaría ahogado en un falso nicho. Así que
dolorido en el párpado buceó en largas brazadas de nuevo al exterior.
Necesitaba más aberturas o no se atrevería a intentarlo. Así que al salir
decidió quemar su último cartucho del día. Buscó la gatera tras los matorrales, retiró unos cuantos bloques de piedra que
obstruían parcialmente la entrada y se coló de nuevo en busca del pozo y el
sifón. El mono sobre el neopreno se enganchaba por todos los salientes de la
roca, al llegar al laminador del barro, todavía se notaban la huellas que
excavó en él para que pudiesen pasar sus escápulas apoyadas en el suelo y sus
pectorales oprimidos por el techo.
Pero por
suerte al llegar a la parte baja del sifón vio que este mantenía una abertura
aérea de unos quince centímetros, así que ni corto ni perezoso se calzó de
nuevo el casco, que se había quitado para pasar mejor y una vez de pie, empezó
a descender. Al acercase al hueco oyó el bramar el agua a través de las galerías y por primera vez supo que estaba a punto de conseguirlo.
********
VII
Hola Irune.
Te he llamado,
pero imagino que estarás en clase o reunida en la facultad. Te escribo con
tanta urgencia porque creo haber encontrado algo grandioso en Pitarque y quiero
compartirlo contigo.
Me gustaría
que quedásemos para verlo el próximo sábado si es que estás ya por aquí. Te va
a encantar, yo estoy todavía alucinando, no puedo terminar de creérmelo, es
algo grandioso. Bajaré a dormir el viernes a Teruel. Saldré de allí por la
mañana. Ya me dirás si puedes y te recojo, perdona mi nerviosismo, pero estoy
ansioso por enseñártelo. Seguro que puedes sacarle un gran partido para tu
tesis, esto es perfecto, increíble, tiene de todo, incluso un estrato donde
estoy seguro que se podría colocar un clavo de oro, el Golden Spike que, como
me contaste, está todavía sin asignar en el límite Turoniense-Coniacense, aquel
que se disputan Alemania, Polonia y Colorado, aquí se ve perfecto entre las
dolomías Barranco de los degollados y las calizas grises de la formación
Órganos de Montoro. Y qué te voy a contar de otras tantas formaciones
maravillosas que he podido ver flanqueando los grandes lagos que hay allí
dentro, multitud de concreciones de formas inverosímiles y colores muy variados,
tantas y tantas cosas que no me da tiempo a relatarte con detalle ahora. Pero
por favor, sobre todo no se lo digas a nadie más todavía, juntos valoraremos si
es conveniente o no comunicarlo, tengo miedo de que quieran modificarla y
llenarla de gente. Ya sabes, que han sido capaces de hacerlo en muchos otros
espacios naturales de Teruel. A la administración le resulta muy goloso todo
esto.
No te entretengo
más, esperaré atento tu respuesta, perdona mi impaciencia.
Va a ser
brutal te lo aseguro.
Chao.
Un abrazo.
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VIII
Aquella noche
Carlos durmió intranquilo. Se acostó pronto, pero a pesar de tener todo el
material preparado para su cita con Irune no terminaba de conciliar un sueño
profundo. Por fin llegaba el día de enseñarle su gran descubrimiento en las
galerías subterráneas del nacimiento del río Pitarque, algo que él creía que le
serviría para terminar de completar su formación como Hidrogeóloga, situándose
ambos como los primeros descubridores de aquella importantísima y enorme tan
ansiada gruta.
Cuando Irune le contestó al
correo diciendo que sí, Carlos se volvió loco de contento. Irune le contó que volvía
a Teruel porque al lunes siguiente, tenía un reconocimiento médico debido a la excelente
noticia de su próximo empleo ¡La iban a contratar para una nueva una oficina de
evaluaciones de impacto medioambiental!
El despertador
sonó a la hora programada, todavía era de noche. Carlos se levantó somnoliento,
y fue directo al lavabo. Había que ponerse en marcha. Media hora más tarde
recogía a Irune en la puerta de su casa. Ella también estaba ya preparada y al
parecer muy ilusionada.
No habían
vuelto a coincidir desde la ruta organizada por el club de montaña el día en
que bajaron a las fuentes de Escuaín, adentrándose por la boca de la cueva
hasta la cascada Silvia. Fueron momentos mágicos para ambos y para el anfitrión
que les mostraba el sistema “Badalona”, la mayor integral que se conoce cuyo
conjunto de simas, pozos y galerías desciende más de mil metros desde el circo
de Gurrundué o los planos de Revilla hasta la garganta por la que surge el
nacimiento del río Yaga, en pleno parque nacional de Ordesa y Monte Perdido. Solo
llegaron a visitar la parte final de la cueva entrando por la surgencia
principal de la boca inferior, pero les resultó fabuloso e impactante esta forma
de estudiar el funcionamiento de los ríos y el tránsito de las aguas
subterráneas por el interior de las montañas.
Aquel amanecer
camino al Maestrazgo, tras recoger a Irune en Teruel, pararon en el Pitarquejo,
masada situada en una apertura del valle que queda flanqueada por enormes y enhiestas
crestas rocosas plagadas de pliegues serpenteantes. Desayunaron en el bar del
pueblo. Irune cogió una servilleta y en la misma mesa donde se estaban tomando
el café trazó sobre el papel la silueta de la península ibérica, acto seguido
empujó con los dedos en dirección Gerona-Cádiz, a continuación cortó con las
uñas las crestas creadas en los pliegues producidos en la parte que
correspondía al sur de Aragón y volvió a comprimir esta vez en dirección
Valencia-Euskadi.
“-Ves esto es
lo que le ocurrió al pliegue serpenteante que me acabas de enseñar. Hace
veinticinco millones de años la orogenia alpina tuvo su máxima compresión en la
dirección en que la placa ibérica chocaba contra Eurasia, aquellos anticlinales
elevados se fracturaron por el centro comenzando a erosionarse hasta quedar
desventrados, diez millones de años más tarde la placa africana empujó de nuevo
con gran intensidad pero esta vez de forma oblícua, de tal modo que los
primeros pliegues, convertidos para entonces en flancos verticales que se
habían quedado aislados, comenzaron a arrugarse replegándose como una serpiente.
¡Ves que maravilla! Esto es algo poco común en la mayoría de los relieves del mundo.
Así que podemos tratar a esta zona como un lugar único geológicamente hablando-”
Irune estaba
entusiasmada. Pitarque tenía muchos motivos para ser un referente geológico, no
solo por el hecho de poder ser candidato al clavo de oro, que Carlos proponía. Sino
porque en conjunto era todo un espectáculo paisajístico. Donde se podían
reconocer multitud de elementos geomorfológicos, unidades del relieve que afloraban
en los potentes acantilados. Un GSSP (Global Boundary Stratotype Section and
Point) es una capa de roca que marca un punto límite a escala planetaria entre
dos estratos de edad diferente. El clavo dorado que se coloca para marcarlo es
una pica de acero recubierta de bronce que concede la Comisión Internacional de
Estratigrafía al lugar del mundo que mejor representa en sus rocas el evento
geológico, marcando el final de un piso y el principio de la siguiente. Se han
definido un centenar de ellos, pero hasta la fecha solo se han colocado sesenta
y ocho, por lo que el resto quedan pendientes de decisión por parte de la
comisión para elegir el yacimiento más representativo.
Salieron
caminando desde el pueblo con las mochilas bien cargadas. Irune aprovechaba
cualquier elemento del paisaje para asociarlo a sus conocimientos.
“-Mira allí se
ve perfecto el cambio de buzamiento en los estratos, que vienen descendentes
desde Fortanete y justo a la altura del nacimiento comienzan a cambiar la
pendiente para colocarse cuesta arriba hasta llegar al corte de los acantilados
en la Peñarrubia. Esto explica muy bien el punto de surgencia tan caudaloso que
tiene Pitarque, entre las capas de calizas y margas de la formación Mosqueruela
y las últimas capas de arcillas de la formación Utrillas, que hacen de lámina
impermeable para que el agua se mantenga y salga a la superficie.-”
Una hora de
camino les dio para disfrutar de las magníficas perspectivas que ofrece el
amplio cañón, más profundo y sombrío cuando te vas adentrando en él, absorbidos
por el bosque de galería y los extensos pinares que coronan las laderas, donde
se refugian aprovechando el roquedo la cabra montés y el buitre leonado.
Cuando
llegaron al mermado río que todavía tenía un caudal limpio y claro capaz de
llenar las pozas y hacer cantarines sus rápidos, cruzaron el puente hacia la
surgencia seca del Malburgo para adentrarse tras los matorrales hasta la boca
de la gatera por donde Carlos se había introducido. Se colocaron los trajes de
neopreno y sobre él un mono de trabajo. Las mochilas y el resto del material,
excepto las luces frontales, linternas de repuesto y una cámara compacta,
debían quedarse fuera, el pasillo era tan estrecho que era imposible pasar con
nada más. La soledad del lugar, sobre todo a partir de ese punto, hacía que se
pudiese dejar cualquier pertenencia al aire libre porque era seguro que nadie
la iba a tocar.
Se introdujeron
con los pies por delante al ser un tubo inicialmente descendente, unos metros
más adentro un pequeño ensanchamiento permitía darse la vuelta en un ejercicio
de contorsionismo. Cruzaron el laminador resoplando y respiraron aliviados
cuando pudieron plantarse en la galería vertical de la cuerda fija, ahora solo
quedaba descender hasta el agua y pasar al otro lado. Carlos que ya conocía el
paso inicio la travesía.
Al salir del
sifón, Irune se quitó el agua de la cara con las manos retirándose el pelo y
cuando por fin abrió los ojos su mandíbula inferior se desplomó sin poder
cerrar sus labios ante el asombro de la enorme bóveda que cubría la grandiosa sala
de la que colgaban estiradísimas estalactitas formando alargadas cortinas sobre
un amplio lago que alimentaba las dos surgencias del ojal de los Planos. Los
agujeros, que suponían situados abajo a la izquierda, no se veían, ni tampoco la
luz exterior pero en dirección a ellos giraban dos pequeños torbellinos de
succión que producían un sonsonete rítmico similar al de un motor de dos
tiempos. Su mirada hizo varios barridos a lo largo y alto de la ciclópea sala hasta
que se terminó cruzando con los ojos brillantes de Carlos que esperaban su
respuesta. Los brazos abiertos de ambos, alzados en señal de victoria,
terminaron fundidos en un potente abrazo jubiloso.
Antes de
comenzar a caminar flanqueando el lago, Carlos apuntó:
“-Hay que
fijarse detenidamente por dónde hemos entrado ya que al volver puede ser un
problema no encontrar la salida situada en este agujero tan pequeño dentro de
este rincón de una gran sala, luego todo parecerá diferente por eso yo siempre
que cambio de galería me doy la vuelta para ver la imagen que me encontraré de
regreso y poder recordarla mejor-”
Irune propuso
salir a buscar el flash automático de luz indirecta que había traído, pero que se
había dejado en la mochila junto con el palo selfie y un minitrípode,
necesarios para sacar buenas fotografías en la oscuridad. Carlos torció el
gesto pero decidió salir al exterior a acompañarla.
Al asomar la
cabeza por la gatera una sorpresa mayúscula los dejó helados a ambos.
“-Señorita Etxebarría
García, qué sorpresa verla aquí-”
Carlos miró inquisidor
a Irune, que no se explicaba nada de lo que estaba ocurriendo, el profesor Otegui
prosiguió.
“¿Sorprendida?
Les presento al consejero de turismo de la comarca del Maestrazgo, el Sr. Romero, Manuel mi socio y mis dos fieles espeleólogos Arcaiz y Bittor. Creía señorita Irune que
estábamos juntos en esto y la verdad es que me ha sorprendido que no me
comentara nada, ayer se dejó el correo abierto en mi despacho y no pude evitar
leer que habían descubierto esta gruta. La verdad es que va a dar un valor
añadido importantísimo a este paraje, ya de por sí extraordinario, sobre todo
cuando abramos el túnel de entrada a la galería principal y esté terminada la
carretera asfaltada desde Fortanete junto con el ascensor de bajada para personas
discapacitadas que eliminará todas las barreras arquitectónicas existentes. Lo
tenemos todo concertado con el Sr. Romero y la Excelentísima Diputación Provincial.
Va a ser una ruta natural fabulosa, quizá una de las mejores de Europa, pero
díganme una cosa, ¿de verdad creen que es tan evidente el estratotipo de la
base del Coniacense? Será el primer Golden Spike situado bajo tierra del mundo”.
******
IX
De repente un
fuerte estruendo lo despertó. Estaba sudoroso, su corazón palpitaba acelerado.
Todo estaba oscuro. Todo excepto los números luminosos de su radio despertador.
Todavía faltaba media hora para las siete. Carlos se incorporó nervioso,
confuso y asustado, no podía creer que todo hubiese sido una horrible pesadilla,
lo había vivido tan intensamente que parecía real. Puso la cabeza entre sus manos,
no iba a intentar volver a dormirse. Lo peor de despertarse a media noche es cuando
solo te quedan unos minutos para levantarte. El angustioso ensueño lo había
dejado turbado, tanto que tenía miedo de volverlo a sentir e incluso pavor de
que pudiera hacerse realidad semejante premonición. Así que alargó el brazo
hasta su mesita y abrió el Whatsapp, curioseó mensajes nuevos de varios grupos
y al fin abrió el chat privado con Irune:
“Me he levantado con una fiebre
tremenda, creo que no voy a poder ir, lo siento Irune ya quedaremos otro día”
Tras releer el
mensaje, Carlos apretó al botón enviar y se levantó decidido. Desayunó rápido y
en su coche solo cargó una palanca, dejó en la estantería todo el material de
espeleología, la mochila y el saco de dormir. Había tenido dudas mientras
decidía contárselo o no a Irune, pero ahora lo veía todo mucho más claro. La
pesadilla le ayudó a elegir. Llegó a Pitarque al despuntar el alba y se
encaminó hacia el nacimiento a buen paso.
Al llegar a su
destino, se subió al gran bloque que bloquea el cauce como frontera entre el tramo
seco y la fuente. Se plantó sobre él, con la respiración todavía agitada y
haciendo un barrido panorámico con su mirada a todo lo que le rodeaba, aceptó
con aplomo que la decisión irrevocable
ya había sido tomada.
Bajo hasta la
boca de la cueva por la que transitó dos días antes, a punto de anunciar a
Irune su descubrimiento y se puso a trabajar como un poseso. Llenó la gatera de
grandes bloques justo por donde apenas se cabía para pasar hasta la galería
principal. Lo cerró todo como si fuese parte del cauce. Con ayuda de la palanca
desgajó una gran losa para que cayese encima del agujero simulando un
desprendimiento. Ahora todo quedaba realmente oculto como había permanecido
hasta entonces. Sin caminos ni cables de acero, sin barandillas ni chapas de
hierro, sin escaleras ni pasarelas, simplemente la cruda belleza natural
de la roca. Carlos nunca se vio seducido por los maquillajes, que en ocasiones
ocultan la realidad para transformarla en lo que los ojos de otros querrían
ver, haciendo más fáciles y accesibles las fantasías irreales, lo inalcanzable,
ocultando la propia forma original del ser sin respetar su natural hermosura
para acabar borrando los rasgos distintivos a cualquier precio.
Aún no habían
pasado ni tres días, cuando una potente borrasca centrada en Alborán provocó
fuertes lluvias en el litoral mediterráneo. En algunos puntos del Maestrazgo se
registraron hasta ochenta centímetros de nieve.
Carlos sonrió feliz. Las
carreteras estaban bloqueadas, pero el agua pronto volvería a brotar
inundándolo todo.
FIN