lunes, 8 de junio de 2020

CACERÍA NAVIDEÑA



23 de Diciembre de 2001.

     Aquella mañana la camada se despertó poco antes de salir el sol. Un extraño ruido de motores desde la lejanía les robó el último y dulce sueño nocturno, algo que odiaba el perezoso Gruñi, el pequeño jabalí, primogénito hijo del gran colmilludo Jost.
     La pequeña cueva estaba caliente, a pesar de que las mañanas ahí afuera eran muy frías en esta época del año. Allí dormía toda la familía: papá, mamá jabalí, Gruñi, su hermana Jana y los siete hermosos rayones nacidos hacía apenas unas semanas.
     La puerta era un espeso y túpido muro vegetal que a modo cortina los protegía de intrusos y del frío del invierno. Jaras, abundantes zarzas y alguna que otra mata de carrasca ocultaban este lugar desde el viejo roble hasta la boca de la cueva.
     Arrancar raices y buscar trufas hurgando con el hocico, entre acebos llenos de rojizas bayas y encinas repletas de sabrosas bellotas era el principal entretenimiento de la familia aprovechando los primeros rayos de sol de la mañana.
     Pero el alba traía aires extraños y malos presagios para Jost que había salido a saborear el fino y puro aire de la aurora. Algo le decía, a su aguda nariz, que habían llegado intrusos a la zona y que no podrían tomar su diario baño de barro al calor del sol de mediodía en los cañizares de la laguna Honda.
     De pronto se empezaron a oír más ruidos de motores y también múltiples y enloquecidos ladridos de las jaurías de perros que otras veces le habían perseguido. Pero esta vez no estaba solo, detrás tenía a los suyos, a los indefensos y vulnerables jabatos.
Volvió su cuerpo hacia la cueva y sin hacer el más mínimo ruido, hizo una señal a Gruñi para que le siguiera. Al salir a la loma empezaron a escuchar ensordecedores ruidos de cuernos soplados por cazadores y los infernales ladridos se intensificaron.
     -"Gruñi, tenemos que despistarlos, no pueden descubrir la madriguera, hay que alejarlos de aquí"- dijo Jost en voz baja a su hijo que le atendía sin pestañear.
     Se alejaron despacio adentrándose en las sombrías laderas del rebollar. Pronto empezaron a divisar hombres que se dirigían a colocarse en lo alto de los peñascos. De pronto un ensordecedor estruendo cruzó todo el valle dejando un eco desolador. Cada vez se oían más cerca los ladridos y aquellos truenos se repetían constantemente y por numerosos sitios.
     Gruñi se sentía acorralado, y muy nervioso veía como los hombres de las piedras levantaban sus varas de fuego y las hacían vomitar relampagos mortales. Su padre permanecía muy atento a todo lo que se movía cerca de allí, alerta, planeando el plan de huida.
     -"Gruñi, cuando nos huelan esos malditos perros no podremos quedarnos aquí. A la señal sal corriendo tanto como puedas torrentera arriba, no te detengas ni mires hacia atrás. Si cruzas la línea de los cazadores estarás a salvo. Yo saldré inmediatamente después hacia  el río, espero despistarlos corriendo por el agua, Nos reuniremos en las peñas del castillo al otro lado de la colina"-. Gruñi asintió con la cabeza, aunque su corazón latía muy deprisa y fuerte.
     Pronto divisaron a los perros que empezaban a olisquear el suelo intentando encontrar su rastro. Dos hombres iban detrás, con expresivo rostro de agresividad, rasgando de cuando en cuando el aire con sus escandalosas y asesinas armas.
     De pronto uno de los perros levantó el hocico y miró hacia la espesa maleza. Al instante comenzó a ladrar amenazante y salió corriendo hacia Gruñi y Jost que aún permanecían escondidos. A Gruñi le corría un frío sudor por la nuca y esperaba ansisoso que su padre dijera algo.
     Diez metros antes de llegar, Jost gritó:-"Corre Gruñi"- .
El perro se abalanzó hacia el grito y justo cuando iba a penetrar en la túpida espesura, el gran Jost salió de estampida asestando un duro golpe con sus colmillos en el vientre del perro, y corrió como había planeado hacia abajo perseguido por una docena de temibles perros y por los dos verdugos que los guiaban.
     Gruñi seguía corriendo hacia arriba, agachando la cabeza y sin mirar lo que ocurría atrás. El pánico le hacía volar ladera arriba. No hizo caso a los numerosos estallidos ni a los fuertes silbidos  de las balas que oía sobre su cabeza. Su batalla solo podía ganarse tal y como su sabio padre le había enseñado, correr para escapar si estás en desventaja.
     Pronto alcanzó ileso la cima de la montaña y corrió, ahora más seguro hacia las peñas de castillo. Se refugió encajado en el interior de una oscura y profunda grieta y el terror le hizo permanecer inmóvil y en silencio largas horas, hasta bien entrada la noche.
     El frío se metió en sus huesos, ya debía hacer mucho tiempo que los hombres y su infantería de perros se habían ido de allí. Pero lo cierto es que su padre no había acudido a la cita.
     Emprendió sigilosamente camino hacia la madriguera y a cada metro paraba a observar y comprobar que no existía peligro. Pocas horas antes del amanecer llegó a la cueva donde se reunió con su familia. Pero el gran colmilludo Jost no había llegado.

     Gruñi comprendió que ahora era él quien debía proteger a la familia. Había aprendido de su valeroso padre cómo se debe defender tu territorio y con él la vida de los tuyos.