23 de Diciembre de
2001.
Aquella
mañana la camada se despertó poco antes de salir el sol. Un extraño ruido de
motores desde la lejanía les robó el último y dulce sueño nocturno, algo que
odiaba el perezoso Gruñi, el pequeño jabalí, primogénito hijo del gran
colmilludo Jost.
La
pequeña cueva estaba caliente, a pesar de que las mañanas ahí afuera eran muy
frías en esta época del año. Allí dormía toda la familía: papá, mamá jabalí,
Gruñi, su hermana Jana y los siete hermosos rayones nacidos hacía apenas unas
semanas.
La
puerta era un espeso y túpido muro vegetal que a modo cortina los protegía de
intrusos y del frío del invierno. Jaras, abundantes zarzas y alguna que otra
mata de carrasca ocultaban este lugar desde el viejo roble hasta la boca de la
cueva.
Arrancar
raices y buscar trufas hurgando con el hocico, entre acebos llenos de rojizas
bayas y encinas repletas de sabrosas bellotas era el principal entretenimiento
de la familia aprovechando los primeros rayos de sol de la mañana.
Pero el alba traía aires extraños y malos presagios para Jost que había salido a
saborear el fino y puro aire de la aurora. Algo le decía, a su aguda nariz, que
habían llegado intrusos a la zona y que no podrían tomar su diario baño de
barro al calor del sol de mediodía en los cañizares de la laguna Honda.
De
pronto se empezaron a oír más ruidos de motores y también múltiples y
enloquecidos ladridos de las jaurías de perros que otras veces le habían
perseguido. Pero esta vez no estaba solo, detrás tenía a los suyos, a los
indefensos y vulnerables jabatos.
Volvió su cuerpo hacia la cueva y sin hacer
el más mínimo ruido, hizo una señal a Gruñi para que le siguiera. Al salir a la
loma empezaron a escuchar ensordecedores ruidos de cuernos soplados por
cazadores y los infernales ladridos se intensificaron.
-"Gruñi,
tenemos que despistarlos, no pueden descubrir la madriguera, hay que alejarlos
de aquí"- dijo Jost en voz baja a su hijo que le atendía sin pestañear.
Se
alejaron despacio adentrándose en las sombrías laderas del rebollar. Pronto
empezaron a divisar hombres que se dirigían a colocarse en lo alto de los
peñascos. De pronto un ensordecedor estruendo cruzó todo el valle dejando un
eco desolador. Cada vez se oían más cerca los ladridos y aquellos truenos se
repetían constantemente y por numerosos sitios.
Gruñi
se sentía acorralado, y muy nervioso veía como los hombres de las piedras
levantaban sus varas de fuego y las hacían vomitar relampagos mortales. Su
padre permanecía muy atento a todo lo que se movía cerca de allí, alerta,
planeando el plan de huida.
-"Gruñi,
cuando nos huelan esos malditos perros no podremos quedarnos aquí. A la señal
sal corriendo tanto como puedas torrentera arriba, no te detengas ni mires
hacia atrás. Si cruzas la línea de los cazadores estarás a salvo. Yo saldré
inmediatamente después hacia el río,
espero despistarlos corriendo por el agua, Nos reuniremos en las peñas del
castillo al otro lado de la colina"-. Gruñi asintió con la cabeza, aunque
su corazón latía muy deprisa y fuerte.
Pronto
divisaron a los perros que empezaban a olisquear el suelo intentando encontrar
su rastro. Dos hombres iban detrás, con expresivo rostro de agresividad,
rasgando de cuando en cuando el aire con sus escandalosas y asesinas armas.
De
pronto uno de los perros levantó el hocico y miró hacia la espesa maleza. Al
instante comenzó a ladrar amenazante y salió corriendo hacia Gruñi y Jost que
aún permanecían escondidos. A Gruñi le corría un frío sudor por la nuca y
esperaba ansisoso que su padre dijera algo.
Diez
metros antes de llegar, Jost gritó:-"Corre Gruñi"- .
El perro se abalanzó hacia el grito y justo
cuando iba a penetrar en la túpida espesura, el gran Jost salió de estampida
asestando un duro golpe con sus colmillos en el vientre del perro, y corrió
como había planeado hacia abajo perseguido por una docena de temibles perros y
por los dos verdugos que los guiaban.
Gruñi
seguía corriendo hacia arriba, agachando la cabeza y sin mirar lo que ocurría
atrás. El pánico le hacía volar ladera arriba. No hizo caso a los numerosos
estallidos ni a los fuertes silbidos de
las balas que oía sobre su cabeza. Su batalla solo podía ganarse tal y como su
sabio padre le había enseñado, correr para escapar si estás en desventaja.
Pronto
alcanzó ileso la cima de la montaña y corrió, ahora más seguro hacia las peñas
de castillo. Se refugió encajado en el interior de una oscura y profunda grieta
y el terror le hizo permanecer inmóvil y en silencio largas horas, hasta bien
entrada la noche.
El
frío se metió en sus huesos, ya debía hacer mucho tiempo que los hombres y su
infantería de perros se habían ido de allí. Pero lo cierto es que su padre no
había acudido a la cita.
Emprendió
sigilosamente camino hacia la madriguera y a cada metro paraba a observar y
comprobar que no existía peligro. Pocas horas antes del amanecer llegó a la
cueva donde se reunió con su familia. Pero el gran colmilludo Jost no había
llegado.
Gruñi
comprendió que ahora era él quien debía proteger a la familia. Había aprendido
de su valeroso padre cómo se debe defender tu territorio y con él la vida de
los tuyos.