Hacía una tarde espléndida de final de primavera cuando llegué a
las inmediaciones de Cueva Sorda. Me paré a descansar en las paredes donde
crece grande el té todos los veranos y desde donde se otea un amplio horizonte
meridional del valle hasta lo alto de la sierra de Palomera. Tanto
tiempo de confinamiento nos ha dejado extenuados y en vez de organizar la
fiesta con la que todos soñaban, solo nos han dejado alejarnos en solitario en
estos primeros días en los que empezamos a recuperar parte de la libertad que
alguna vez creímos tener. En Cueva Sorda parece que uno se ha apartado
completamente del contacto con los humanos, se desdibujan los caminos y no
llegan las labores agrícolas porque un manto de piedra y arbustos lo cubre
todo. Me senté a disfrutarlo simplemente contemplándolo despacio. Una
aromática fragancia ascendía hasta mi nariz cada vez que rozaba un
tomillo, a lo lejos vi correr dos corzos con sus blanquecinas nalgas saltado en
una agitada pero grácil carrera y la silueta de un águila apareció
sobrevolando las rocas de los colmenares por encima de mi cabeza. La idílica
composición inundaba mis sentidos y me llené de plenitud en el gozo de un
escenario tan perfecto.
Cueva Sorda es una cavidad generada por disolución de la roca en la parte baja de un pequeño acantilado de tan solo cuatro metros de altura. Su
tamaño de habitación pequeña te permite estar plantado y bien podría albergar
una cama de matrimonio. La relativa espaciosa estancia permanece siempre muy
luminosa porque su puerta da al sur con una boca redondeada donde se puede
pasar de pie y observar desde dentro gran parte de lo que hay en el exterior.
Aquella tarde, dos meses después de la desaparición de Miguel
Hontanar, encontré algo que me sorprendió muchísimo al asomarme al interior de
cueva. Al lado de unos palos chamuscados ya fríos había una pequeña cacerola
apoyada sobre unas piedras. Un saco de dormir colgaba de un saliente en la roca
y en una grieta vertical que bajaba desde el techo hasta un hueco donde se
alojaba una taza metálica de porcelana había encajada una pequeña libreta. El
cuadernillo estaba totalmente en blanco salvo en la última hoja donde unas
letras en lápiz me llamaron la atención, “miguelhontanar@gmail.com” y a
renglón seguido “miguel74hont”.
Hice una foto a las anotaciones y merodeé por los alrededores
durante el resto de tarde hasta la puesta de sol, cogí algunas ramitas de
tomillo muy florido y regresé de nuevo al pueblo con la bicicleta. En cuanto
llegué a casa, encendí el ordenador e introduje en la aplicación de correo
electrónico esas letras escritas en la última hoja de la misteriosa libreta. La
cuenta existía y su contraseña coincidía. Se abrió el correo. En principio no
había nada extraño en sus mails: la factura de la luz, un mensaje del banco y
propaganda de amnistía internacional para colaborar económicamente. Esos eran
los últimos tres correos. Todo era normal, ningún mensaje del paradero
posterior a su desaparición.
Decidí clicar en el Drive y en el documento más reciente me
encontré con una serie párrafos, a veces inconexos y otras repetitivos, con
ideas que sin duda le iban surgiendo a Miguel y las grababa por voz desde su
teléfono móvil mientras caminaba o descansaba, para dejar constancia de su
aventura. El texto decía así:
Día 1 La Fuga
Hoy mientras huía, a la hora en que todo el mundo aprovecha para
la siesta, he cruzado por encima del puente de la carretera que va a Molina de
Aragón. No puedo dejar de pensar en la expresión de aquel camionero con cara de
pocos amigos que ha pasado pitando largamente y señalándome con el dedo. Los
disidentes tenemos ya un estigma imborrable marcado con un rechazo social
totalmente generalizado. El miedo de saberme perseguido, no solo por la
justicia sino por la mayoría de mis congéneres, me ha hecho verme completamente
solo sin ningún apoyo donde refugiarme, apestado por quienes no quieren saber
de mí, si no es para comprobar que sigo encerrado, aislado y confinado, sin
posibilidad de contacto físico con nadie, excepto para aplaudir a las fuerzas y
cuerpos de seguridad del Estado y a los sanitarios cada anochecer a modo de
homenaje. Si intento salir de casa me veo viviendo como un forajido, aunque
tenga muy clara la certeza de no estar haciendo absolutamente nada malo. Sé que
no soy culpable de nada, pero me quedo con la sensación de estar pecando, al
menos desde su doctrina.
Yo creía que con escapar fuera de las fronteras del pueblo donde
ya nadie me reconozca podría estar a salvo, pero está claro que existe un
consenso contra aquellos que no comulgan con las normas. No existen ya la
indulgencia ni la comprensión. Los convencidos repudian a aquellos que pensamos
diferente, nadie nos quiere escuchar. Nunca fue tan potente ni tan generalizada
una unidad intransigente y sin complejos hacia las objeciones. Palabras
como emergencia, pandemia, crisis sanitaria, alarma, contención se han
convertido en las letanías de un credo que se repite constantemente y no dejan
lugar en la mente de los humanos para sopesar otras opciones de pensamiento.
Maldita enfermedad y maldita humanidad. Cuando nos diagnosticaron
como positivos nos apartaron a un hospital de campaña improvisado en un viejo
pabellón a las afueras de Guadalajara. Los militares nos sacaron del pueblo
como medida de prevención y urgencia. Iban vestidos como astronautas y algunos
se quedaron fumigando toda la casa. Yo no sé si nos contagió aquel turista
inglés que alquiló la casa rural de al lado o fue mi vecina que había venido
de Italia hacía unos días, ¡qué más da! Quizá nos llegó por el aire o por el
agua, pero dicen que algunas personas que no manifiestan síntomas, son los
portadores más peligrosos. Yo tuve tos seca durante dos o tres días, fiebre y
fuerte dolor de cabeza pero a mi padre el miedo, el traslado desde su casa a un
lúgubre pabellón y quizá también la enfermedad se lo llevaron por delante al
quinto día del diagnóstico con noventa y dos años a sus espaldas. No pude
ir al funeral. Nos dijeron que era muy contagioso y que afectaba más a las
personas mayores. Los vecinos estaban aterrorizados, fuimos el primer pueblo de
la provincia donde se hizo visible el foco del virus.
En las noticias dicen que las grandes ciudades ya están llenas de
gente infectada y que van en aumento, colapsando los servicios de urgencia
sanitarios.
Todavía está decretado el estado de alarma y no se puede salir de
casa. Yo ya estoy dado de alta, pero para cuando acabe el arresto domiciliario
general me espera un calvario con todos mis paisanos, una frontera creada al
amparo de las fobias y el miedo inducido que seremos incapaces de salvar.
Aunque la enfermedad ya pasó y ahora ya tengo anticuerpos que me protegen e
impiden que la pueda transmitir a otras personas, tengo que seguir aislado, es
una orden del Gobierno. Además la gente desconfía de mí y nadie me saluda ya
como antes, puede que alguno esté deseando denunciarme, para que me aparten
lejos o me encierren en la cárcel.
La guardia civil y la policía están siendo especialmente severas
en la aplicación de la normas de confinamiento, lo sé porque he visto vídeos de
algunas ciudades donde aparecen abusos con detenciones agresivas contra gente
inofensiva. Personas que tienen la necesidad de salir porque no soportan el
confinamiento, gente que no está acostumbrada a pasarse el día viendo la
televisión o mirando internet sino que su tiempo de ocio lo invierten paseando,
corriendo o simplemente respirando aire exterior. Lo sé también porque en el
pueblo a Tobías lo multaron en el huerto, quizá el argumento sea que es más
contagioso permanecer cultivando tus hortalizas en soledad que ir a comprar la
verdura a un supermercado o a sacar tabaco en el estanco, que sí son
actividades permitidas. Ante la ambigüedad de la ley, interpretable solo por
los guardias, las amenazas con multas cuantiosísimas se reparten por doquier
sin sentido, salir con el perro pero llevar unos prismáticos colgados del
cuello les parece una aberración, salir de trabajar del hospital hablando con
una compañera con la que has estado ocho horas codo con codo después de haber
recibido calurosos aplausos de los mismos policías que ahora te quieren
denunciar, también está perseguido, ir a trabajar en moto, bicicleta o vestido
con chándal está igualmente prohibido.
Apunto y grabo todo esto porque si algún día deciden relajar este
estado de alarma, nadie querremos hablar ya de esta horrible pesadilla.
Una tarde de la semana pasada salí a correr, tal y como
suelo hacer siempre. Terminé pronto la tarea que tenía planeada y deseaba
trotar dando una vuelta de una hora. Me llevé como siempre el perro de mi
hermana, curiosamente salir a pasear perros también está permitido. A unos tres
kilómetros ví a un hombre caminando por las fincas con otro perro también
desatado. Pensé que sería otro escéptico negacionista insolidario, como les
gusta llamarnos a los desobedientes. Iba hablando con el móvil, ni siquiera
cruzamos nuestras miradas para saludarnos, pero a los cinco minutos vi un coche
de la guardia civil por la carretera paralela al camino por el que yo
circulaba, me agazapé tras unos juncos para no ser visto y emprendí el camino
de vuelta a casa. Para no encontrarme de frente con la patrulla, cogí un
sendero poco transitado, que queda protegido por una hilera de chopos plantados
en el talud de una antigua acequia, pero al llegar al final del mismo volví a
encontrarme con el hombre del perro suelto, esta vez atado y me llamó la
atención: “¿No sabe que no se puede salir a correr?”- Seguí adelante y no
contesté: “Eh, eh, deténgase venga aquí”, yo seguía adelante y de repente me
espetó: “Hijo de puta por tu culpa está muriendo gente” y entonces no me pude
contener y me giré para gritarle “Por la tuya desgraciado que te he visto
también con el perro suelto”. Me amenazó con llamar a la guardia civil y en
aquel momento me arrepentí de haberle contestado, justo cuando caí en la cuenta
de que era un policía camuflado de paisano. Volví a correr ahora con más
fuerza. Mi perro me seguía de cerca y comprendí que el poli había estado
llamando a sus compañeros desde el primer momento en que me vio. Yo sabía que
tenía un estrecho margen de maniobra, porque llevaban un rato buscándome y
ahora me tenían prácticamente acorralado. Al llegar al río no me lo pensé dos
veces y salté al agua para cruzarlo, pero mi perro titubeó unos segundos.
Cuando me di la vuelta para llamarlo empezó a ladrarle al coche patrulla que
venía por el camino donde él se encontraba, delatando inconscientemente el
lugar donde nos hallábamos. Estaba perdido, solo me quedaba abandonarlo. Entre
las zarzas vi llegar al coche de la guardia civil por el otro lado del río,
entonces me aparté y seguí corriendo entre la maleza. Hubo un solo instante en
que tomamos contacto visual el guardia que bajó del coche y yo. Al momento
desaparecí entre los huertos colándome por la puerta trasera de mi casa.
Malditos agentes, solo valen para perseguir y detener a quienes no hacemos nada
malo, cuando hay un matón mafioso suelto, no ponen tanto empeño, mejor lo dejan
ir, no vaya a ser que les lastime.
Tuve que mentir para recuperar al perro diciendo que se me había
escapado por la puerta trasera de casa. Tras quitarme la ropa empapada y
ducharme llamé al teléfono de emergencias para denunciar la desaparición del perro
de mi hermana. Los guardias que se quedaron junto al pobre y asustado animal no
se lo creyeron, pero no podían asegurar que fuese yo el que había escapado por
los pelos de sus garras y de la trampa tendida por su topo, que fue el
principal culpable de aquella situación. Con su fallida treta puso en contacto
a varias personas, que de lo contrario no hubieran estado conmigo aquella tarde.
Al final tuve que salir a correr por las noches. Salía para
mantener esa pizca de desobediencia, para estar en forma y para ver algo más
allá de las paredes de mi casa, para tomar la temperatura del ambiente opresor
y para respirar el aire exterior de otro modo. Mirando tan solo las sombras de
la caverna la sugestión del miedo es todavía mayor. Hay que estar preparado,
uno de los instrumentos de la doblegación y el sometimiento, además del
desánimo y la desesperanza es la flaqueza. Les pasó a los judíos en los campos
de concentración con los nazis. Perdieron el poco valor que tenían para
rebelarse cuando podrían haberlo hecho, pero el miedo y el desfallecimiento los
llevó al abandono como personas y abocados a una astenia colectiva inducida se
dejaron asesinar como corderillos. Hubo muy pocas insurgencias, la brutalidad
siempre vence a la cobardía.
Pero una de esas madrugadas en las que salía a desfogarme y a
restablecer un ápice de la rebeldía necesaria para no sentirme como un auténtico
borrego de corral, comencé a trotar bajo un manto de nubes luminosas que
ocultaban la luna llena primaveral de pascua. Empezaron a caer algunas gotas en
un conato de lluvia, pero yo seguía adelante intentando no reblar. Corrí unos
tres kilómetros hasta unas ventas abandonadas donde una ermita derruida todavía
tiene visible su cripta subterránea con los nichos sepulcrales abiertos al
aire. Al llegar allí, como tantas otras noches que pasaba, afine el oído para
comprobar que no había nadie tras los muros y me dispuse a pasar deprisa, pero
un tintineo extraño me detuvo en seco. No se veía absolutamente nada, el
campanilleo seguía y a los pocos segundos escuché un sonido gutural. No acerté
a adivinar si eran palabras humanas o sonidos de algún animal, pero era
continuo como una conversación por lo bajo. Rápidamente di la vuelta y me
marché para casa, no quise quedarme a averiguar, si era la guardia civil o un
pastor tardío que pudiera denunciarme. Nuevamente el miedo me tenía amordazado.
Por eso me he escapado al monte, porque no aguanto más, no soporto
sentirme culpable ni verme perseguido sospechando de cualquiera que pueda
delatarme. Cada vez que intento ser yo, tengo que cargar con el arrepentimiento
cristiano que nos han metido durante siglos. Me voy por el repudio que siento a
todos los que me persiguen, blandiendo argumentos totalmente incoherentes.
Desde la mirada aterrada e infraternal de un vecino hasta las
decisiones de alto calado en la cúpula del Estado, nos han tratado como a seres
malditos, como a demonios.
Los jóvenes no pueden verse con sus amigos ni con sus parejas.
Aquel que sale a la calle mira con miedo alrededor porque todo el mundo
sospecha de otros por temor a las denuncias. Esto ha generado una gran fractura
social. Hay quien dice que con este encierro vamos salir fortalecidos, que
quizá nos haya servido para detenernos y reflexionar, para calmarnos, para
aprender a vivir más sosegados con menos prisas valorando las cosas esenciales,
pero no deberíamos necesitar que nos lo ordenaran ni siquiera que nos lo
sugirieran y mucho menos que nos lo induzcan en la dirección que les interesa.
Yo digo que es un tremendo ejercicio aleccionador fortuito. Sobre todo para los
niños y adolescentes que serán los adultos del futuro. A ellos les estamos enseñando
a obedecer sin rechistar, sin posibilidad de organizarse para replicar, a no
ser díscolos, a potenciar la picaresca solitaria para salir a escondidas o con
excusas banales como sacar al perro y luego quedar a fumar con un amigo tras un
muro, pero no a comprender ni a tomar de forma responsable decisiones correctas
por sí mismos.
Me voy por no tener que sacar las katanas, por no desempolvar la
escopeta del abuelo. Nunca he querido hacer daño a nadie si no es que me lo van
a hacer a mí, pero mantenerme encerrado es también un agravio muy severo, quizá
el más grande que me hayan hecho nunca.
Hoy me he despertado sobresaltado, estábamos escondidos en un bar
clandestino subterráneo de un pequeño pueblo. El camarero mantenía la persiana
bajada, el ambiente estaba muy animado, risas silenciosas, humo, cerveza y
copas corrían por las mesas, nosotros habíamos acudido en el coche de Marta
desde nuestro pueblo, habíamos montado siete personas en un vehículo de cinco
asientos. Circulamos por una carretera secundaria bien entrada la noche. Si nos
paraban nos iban a multar de todos modos. Veníamos Elisa, Pablo, Judit, Izarbe,
Fito, Marta y yo. Dentro del bar había muchos más. Los coches los habíamos
aparcado desperdigados por varias callejuelas. A eso de las cinco de la
madrugada yo salí a vigilar la carretera para comprobar que no hubiese
controles y poder desalojar antes de que se hiciese de día. No había policía en
las calles pero para mi sorpresa habían colocado vallas en las salidas
principales del pueblo amarradas al asfalto mientras nosotros disfrutábamos de
la fiesta, si intentábamos retirarlas el ruido despertaría a los vecinos o
alteraría a otra patrulla escondida donde quisiera que estuviese. Estábamos
rodeados. Me he despertado sudoroso y con el latido acelerado, estaba solo en
mi cama y tenía 20 años más que en el sueño. En los noventa no se hubieran
atrevido a hacernos esto. Durante las últimas décadas los jóvenes han sido
acostumbrados a divertirse encerrados, a relacionarse cibernéticamente. Están
matando gente en las calles de una ciudad imaginaria en guerra, masturbándose
en relaciones virtuales, ligando o haciéndose fotos eróticas que cuelgan
instantáneamente para obtener la mayor aprobación de sus contactos. Lo tenían
fácil los poderes fácticos, pero no es moral aprovecharse de ello y ahondar más
en aleccionar a una juventud sumisa, obediente y sin creatividad para
desarrollarse a sí misma.
El maldito confinamiento al que nos han condenado, es un arresto
domiciliario sin juicio previo. Nos han cortado el acceso al exterior como en
un campo de concentración, so pena de enfrentamientos fortuitos con la guardia
civil y duras penas económicas en función del criterio del agente de la
autoridad que aprovecha para abusar de ella y de las réplicas que puedan
hacerle para justificar el paseo.
Incívicos nos llaman. Si esto es la civilización prefiero no
pertenecer a ella, aunque nos hayáis ocupado toda la tierra fértil sin
posibilidad de un pequeño hueco para otros seres que deseamos apartarnos.
Si no tengo libertad ¿para qué quiero seguir viviendo? No nos
dejan tener sentido común. Todo es por imposición.
Nos quieren encarcelados y controlados, pero vivos porque somos
los esclavos del sistema. Nos necesitan para mantener sus privilegios y
sentirse por encima de nosotros. Les ha salido demasiado bien la jugada a los
poderosos. Han conseguido doblegar a la población a nivel mundial en tan solo
unas semanas. Excepto unos pocos países que han apelado a la responsabilidad
individual de sus ciudadanos, el resto hemos caído bajo el yugo de una
dictadura global. Sólo un puñado de ciudadanos aislados, solitarios y sin
capacidad de organizarse para reivindicar su libertad, han desobedecido las
normas del decretado estado de alarma y están siendo duramente castigados.
¿Cómo puede ser que en nuestro país haya más sancionados que infectados y
algunos de ellos detenidos y ya condenados a penas de prisión? Hay más controles
policiales que test del coronavirus. ¿Cómo puede ser que le tengamos más miedo
a la guardia civil que a la enfermedad?¿Qué está pasando aquí?
La libertad es un derecho básico y fundamental adquirido al nacer,
incluso por encima de otros, poder moverse en el entorno en el que vives es una
ley natural y universal para todos los animales. La libre circulación no
debería limitarse para nadie.
Algunos dicen que esto es una guerra sin balas ni bombas entre las
más grandes economías mundiales, pero la verdadera batalla se librará entre
clases. Nos intentarán llevar a un esclavismo atroz, solo los grandes saldrán
beneficiados. Por favor no os equivoquéis de bando esta vez.
Que el virus haya sido tan contagioso les ha venido de perlas para
que la expansión sea rápida y global arrastrando con ella el pánico, como una
enorme mancha de aceite. Puede que me lo pegara otra persona, o quizá se lo
robé yo, dejando que sus virus saltarán sobre mi cuerpo y se instalarán en mis
células, pero no pueden culparme de contaminar a nadie. No estamos agrediendo a
la gente, ni tampoco los que nos oprimen se han vuelto de repente tan buenos
como para querer proteger a todo el mundo.
Los jefes sanitarios salen en vídeos haciéndoles el juego al
gobierno, los policías y guardias civiles denunciando a la gente y los
militares dando un espectáculo lamentable de cazafantasmas fumigando las calles
con lejía, para que los pobres hipocondriacos y enfermos mentales, que pueblan
nuestra sociedad, todavía se ahoguen más en la angustia de sus fobias.
Nos han tratado con un paternalismo repelente y denigrante. No nos
dejan decidir quedarnos en casa, aislarnos del resto y conducir nuestra propia
vida para no contagiar ni ser contagiados. Todo es por obligado cumplimiento
sin posibilidad de participar en las decisiones que sí me afectan. Así la
posible solidaridad, obligada, pasa a ser imposición simplemente.
Este tratamiento patriarcal que nos han aplicado nos deja a la
altura de nivel de responsabilidad de un niño de tres años. Nos hemos tragado
el anzuelo hasta el esófago clavando sus tres puntas en el interior y no somos
capaces, ya no de extraerlo, sino ni siquiera de reconocerlo. Si fuéramos
medianamente inteligentes nos lamentaríamos y pediríamos perdón a nuestra
capacidad de raciocinio, pero la ignorancia es todavía más peligrosa que la
maldad.
¿Dónde queda la facultad natural que tiene el hombre responsable
de obrar de una manera u otra o de no obrar? Han fulminado nuestra libertad de
elegir hacer bien las cosas, nos tratan como a animales y luego se quejan de
los quebrantamientos de la norma. La picaresca es la respuesta natural a esta
opresión.
¿Cómo se me puede decir a mí que por mi culpa está muriendo gente
si llevo practicando el aislamiento social durante toda mi vida? Nunca he
estado en China, ni en Italia y aún tiene que llegar el día en que suba al
primer avión. Pocas veces me habrán visto entre multitudes. Ellos han sido
capaces de traer esto desde fuera y ahora quieren que nos reprimamos todos. Han
dejado que se meta la comadreja en el gallinero y al advertir que ya estaba
dentro han cerrado la puerta con todas las gallinas dentro. Han dejado que se
rociara bien el país con el virus y ahora nos encierran a todos durante un
tiempo para que haga efecto, como si fuéramos molestas moscas de verano.
¿Quién tiene que decirme a mí cómo me tengo que comportar? Me
inundan sensaciones diferentes frente a la pandemia, cuando estoy escuchando o
viendo medios de comunicación me muevo a pensar que es muy gordo lo que está
pasando y cuando me alejo de ellos y me abstraigo pienso que aquí no ha
ocurrido nada extraordinario. Es cierto que viendo la tele, escuchando la
radio, leyendo redes sociales es muy difícil apartarte de la realidad que nos
están pintando, pero cuando me he escapado al monte lo veo todo con otros ojos,
es como si salieses a otro escenario y te das cuenta de que en el fondo no ha
cambiado prácticamente nada, excepto el pensamiento y los comportamientos
humanos.
Han manipulado las cifras porque interesaba justificar esta gran
crisis y las medidas restrictivas de movilidad, no han hecho los análisis a la
inmensa mayoría de afectados y han contabilizado muertes de pacientes que
tenían otras patologías anteriores incluso más graves, por lo que el porcentaje
de fallecidos es altísimo colocando a nuestro país en los primeros puestos a
nivel mundial en cuanto a número de decesos. A alguien le interesa que estos
datos se vean así de escandalosos.
Pero esto no es como el cólera, la peste ni la gripe española. De
no tener televisión, radio o teléfonos móviles ni nos hubiésemos enterado.
Y aún en el caso de que hubiera sido un virus altamente letal
nadie debería haber tenido el derecho de quitarnos la libertad. La libertad de
elegir si queremos exponernos al peligro o no, la libertad de elegir si
queremos vivir seguros o arriesgarnos como lo veníamos haciendo diariamente,
sin estar siempre pendientes de todo lo que nos puede pasar o lo que a otros
podamos causar, consumiendo más de lo necesario, contaminando, comiendo más de
lo que necesitamos, fumando o cogiendo el coche para ponernos frente a otros en
una carretera estrecha y a una velocidad que podría provocar un choque frontal
mortal para todos. Hasta ahora nadie se había atrevido a prohibir la conducción
de vehículos, fumar o ingerir alimentos sin control.
En nuestro país mueren cerca de 40000 personas en cada uno de
estos meses de principio de primavera todos los años. Han disfrazado las cifras
para que parezca mucho más alarmante. ¿Qué tiene de raro que ahora hayan muerto
entorno a 10000 personas en marzo por esta enfermedad y que vayan a morir 15000
en abril, muchos de ellos con otras patologías añadidas que igualmente hubieran
perecido? Por algún motivo les interesa sostener que esto es una gran catástrofe,
cuando en realidad la muerte es un proceso natural insalvable.
Tanto hemos dado la espalda durante años al fin de la vida de las
personas del primer mundo, jugando a ser inmortales y siempre jóvenes, que
ahora nos espanta que se mueran aquellos que creíamos invencibles. Hemos
ocultado los funerales y los cadáveres a los niños para no generarles un trauma
y se les pervierte con otras informaciones mucho más perversas.
Estaría muy bien que uno se muriera siempre de alegría porque le
ha tocado la lotería y con la excitación que le diera esa noticia tuviera un
paro cardíaco, pero la mayoría de las veces no es así, una u otra enfermedad
acaba por parar tu corazón viejo y gastado.
Ahora justifican el confinamiento diciendo que con estas medidas
se ha salvado a miles de personas por quedarnos encerrados en casa. Yo no
quiero que nadie me proteja y menos de esta manera. Si ese argumento fuera
válido, deberíamos encarcelarnos para siempre, seguro que así moría menos gente.
No habría accidentes de tráfico, laborales ni deportivos. No habría
ahogamientos veraniegos en las playas ni en los ríos, se cometerían menos
asesinatos, pero esta no es la vida que yo quiero, también los canarios
encerrados en una jaula mueren aunque sea de aburrimiento con un plumaje mucho
más deslustrado que si hubieran vivido el libertad aunque un halcón los hubiese
podido cazar.
¿Podemos afirmar que ETA le salvó la vida a Ortega Lara porque
podría haber muerto por accidente de coche en uno de los viajes in itinere que
hacía a diario desde su casa en Burgos a la prisión Logroño donde era
funcionario, cuando lo metieron en un zulo de Mondragón durante más de
quinientos días de secuestro?
¿Cómo puede ser que digan que tenemos la mejor sanidad pública del
mundo si aun tomando las medidas más restrictivas de aislamiento de Europa,
estamos a la cabeza en número de infectados y muertos a nivel planetario? Si
esto hubiese sido efectivo realmente, tendríamos cifras como Suecia donde
apenas ha parado la actividad humana dejando a criterio de cada persona las
medidas de protección a tomar. Su gobierno mucho más avanzado que el nuestro,
se ha limitado a recomendar, no a prohibir.
Aquí ya se habían ensayado experimentos de esta índole con
diferentes niveles de éxito. Tras el incendio forestal del Alto Tajo en 2005
donde murieron once bomberos se prohibió durante unos días salir al monte en
toda España con la excusa de no poner en riesgo más masa forestal ni vidas
humanas. Unos años después se prohibió fumar en los bares y poco tiempo más
tarde se bajó durante unos meses la velocidad de las autovías a 110Km/h, todos
ellos sirvieron para tomar la temperatura a una sociedad asustada, siempre bajo
el pretexto de los muertos, anulando la capacidad de decisión responsable de los
ciudadanos sometidos al yugo de la amenaza policial. Todos estos exámenes
salieron más o menos según lo esperado por el Gobierno. Tras ello las
restrictivas decisiones de carácter autoritario y de pérdida de
derechos se han tomado sin demasiados escrúpulos sobre la perspectiva de una
sociedad dormida sin capacidad de protesta, pero la reina de todas las pruebas
ha sido esta pandemia, que a nivel mundial ha conseguido demostrar que somos
totalmente gilipollas. ¿Qué leyes podrán imponer a partir de ahora para
amordazarnos más de lo que estamos? Las que quieran, sin límites ni complejos,
quizá normas dictatoriales que ni siquiera imaginamos.
No digo que esto se haya preparado, creando un virus, impulsando
su propagación y retrasando las medidas de protección inicialmente para que se
extendiera, pero está claro que se ha aprovechado vilmente la ocasión para
imponer unas medidas opresivas sin precedentes.
A mi juicio las prohibiciones están fuera de sentido, ¿debería el
estado prohibir las relaciones sexuales por el riesgo de contagio de SIDA?
Naturalmente no. Se debe dejar a criterio de cada individuo la responsabilidad
de hacerlo o no y de protegerse con profilácticos, aun a riesgo de su propia
vida. Subir a una atracción de feria, montar en moto o escalar sin cuerda son
actividades que quien las practica debe atenerse al riesgo que comportan. El
que no quiera polvo que no vaya a la era.
Hasta ahora ingenuamente creíais que estabais a salvo, pero en
realidad nunca lo habéis estado, es solo una sensación. Es muy difícil curarte
de una enfermedad grave si estás realmente enfermo, o salvarte de un grave
peligro inminente, la muerte siempre acecha detrás de cualquier esquina. Vivir, en sí mismo, es un alto riesgo con la certeza de que en algún momento impreciso
morirás. Un mal golpe, un accidente, un derrame… hay miles de maneras
cotidianas de morir. En esencia es una de las funciones principales de los
seres vivos. Pero el miedo nos inunda ante esa posibilidad.
Cuando declararon que esta enfermedad era ya una pandemia,
titubeaban en la decisión, como si se estuvieran sopesando cuál era el
momento más oportuno para anunciarlo. Tras esto se decretó el estado de alarma.
Escalonadamente iban endureciendo las medidas, como el enfermero que te da unas
palmaditas en el glúteo antes de clavarte la aguja. Suavemente nos metieron en
esta situación inconcebible unas semanas atrás. Contundentes pero precavidos
para que todo el mundo fuese asimilando la mentira poco a poco, fue todo un
proceso de contra aprendizaje. Cada nueva noticia alarmante y terrorífica, cada
restricción, cada nuevo miedo se basaba en lo creído en el periodo anterior,
generalmente de un día para otro. En vuestro fuero interno sois todavía más
egoístas que yo, nuestro terror no se basa en la solidaridad sino en el deseo
de perpetuaros. ¿Cuáles son vuestros sueños, vivir más de 200 años? ¿Qué
pretendemos, alcanzar una población mundial de cien mil millones de personas?
Quien no haya entendido que la vida tiene un final no ha comprendido nada.
¿De verdad pensasteis que un virus como este podría acabar con una
especie tan malvada como la nuestra?
Me diréis que era tiempo de quedarse en casa, que soy un egoísta, que si no soy capaz de aguantar sin salir durante unas semanas no soy humano.
Sé que soy capaz de aguantar esto y mucho más, lo que no quiero es obedecer sin
poder cuestionarme lo que me ordenan, debería tener derecho a poder decidir y
eso es lo que han querido poner en juego. Y no, ahora no era el momento de
quedarse. En realidad ha sido una oportunidad única y especial en la que han
visto la posibilidad de saber hasta qué nivel pueden tenernos controlados.
Después vendrán los homenajes a las víctimas para decir que hemos conseguido
vencer a la enfermedad juntos. Harán un monumento para los mártires que han
caído, cuando en realidad la mayoría hubiera muerto igual por cualquier otra
causa sin tardar demasiado. Puede que haya algún muerto cuyo deceso haya sido
exclusivamente a causa del coronavirus, pero esto no justifica que nos quiten
la libertad y menos de esta forma tan artificiosa. Sobretodo eliminando nuestra
propia decisión de cómo actuar. Puedes salir al estanco pero no puedes ir a tu
huerto porque si no todo el mundo de repente se pondría a cultivar un trozo de
tierra. Si creen que no somos capaces de actuar con responsabilidad, su
condición de representantes del pueblo debe quedar invalidada pues nosotros
mismos los hemos elegido o eso es lo que pretende darnos a entender esto que
llaman democracia. Nos siguen tratando como a niños y eso no lo soporto. No hay
nadie más que nadie, por mucho que lo hayamos elegido como delegado, una cosa
es que sea nuestro portavoz y otra que tome decisiones por nosotros, son cosas
muy diferentes.
Ahora la policía nos trata como delincuentes. Los insolidarios que
no queremos quedarnos confinados somos el principal peligro para la nación. El
principal peligro, pero no por contagio del virus sino porque la posible
propagación de nuestro espíritu subversivo, perturbador y crítico puede
promulgar apología a la desobediencia y la insumisión. Tienen miedo de que se
les desmonte la gran mentira que han creado.
Cuando pase todo esto pretenderán que les agradezcamos que nos
hayan salvado la vida, pero el mal ya estará hecho. Les importará un carajo que
se descubra que todo fue una falacia, ya les hemos demostrado que pueden con
nosotros, la siguiente sumisión será mucho más sofisticada, quizá no podamos darnos cuenta aunque estemos atentos.
Demasiada adrenalina la que he gastado huyendo yo que no he
contaminado a nadie. No se han confirmado más casos en el pueblo, nunca me
gustó ir a los bares y lo único que pretendo es aislarme más, desaparecer en el
monte, que es donde siempre me he sentido libre. La gente ahora está confinada
en sus casas con una precaución desmesurada, solo pueden salir a las ventanas y
balcones. Cualquiera que te vea fuera te amenaza con llamar a los guardias para
que te detengan y te sancionen y uno se ve perseguido como un demonio maldito
al que todos desean quemar en la hoguera. Por eso tenía que salir a las horas
en que nadie me ve y regresar de noche. Por eso me he escapado, por el odio que
genera la envidia que les provoca a los “solidarios” verte escapar, se sacarían
un ojo con tal de verme a mí totalmente ciego.
Mis vecinos me dicen: “quédate en casa”. El argumento de mayor
peso es, “si no podemos salir nadie tú tampoco”. En vez de luchar conmigo
contra la represión que nos han impuesto me recomiendan obedecer imbuidos por
el miedo y el pánico a morir.
Les basta con que les dejen salir a comprar, a trabajar y a
repostar, allí la gente se ve y charla, pero no entienden que salgas a hacer
deporte, caminar o dar paseos al sol, no sea que contamines a las plantas y se
enfaden aquellos que nunca tuvieron estos gustos porque ahora les da envidia.
Si no pueden salir a sus bares, parques y lugares de recreo a reunirse con sus
amigos, nunca admitirán que te vayas solo a no ver a nadie. En cambio aquellos
que pueden salir con el perro, excepción bastante absurda comentada en la
primera comparecencia del presidente como una ocurrencia en un ataque de
indulgencia durante el anuncio del terrible estado de alarma, hacen fotos para
que los que no tienen mascota puedan ver cómo está el campo.
Luis García Berlanga o José Luis cuerda nunca tuvieron una
oportunidad tan fácil para hacer un guion sin tener que estrujar la
imaginación. A pesar de su gran creatividad imaginativa les fue imposible
encontrar un disparate en la ficción tan salvaje como este, de lo contrario
hubieran rodado otra gran comedia.
A los que os habéis tragado la mentira de que el contagio masivo
nos podía matar a todos, a los que aceptáis la manipulación sin un ápice de
espíritu crítico, a los que os dejáis llevar por el comité de crisis, a los que
formáis una opinión de acuerdo a lo que mandan los medios, a los que obedecéis
sin rechistar, a los que con ánimo "bondadoso" nos recomendáis
quedarnos en casa esgrimiendo argumentos falaces incluso aportando las ventajas
que puede darnos no salir porque formáis parte subliminal de estado opresor, a
todos los que denunciáis a vuestros semejantes porque actúan diferente, a los
que seguís lo que dice el líder aunque sea un mentecato, a las organizaciones
pro derechos humanos, feministas, sindicalistas que no habéis desplegado el
pico sino para recomendarnos obedecer, a los que jaleáis los abusos policiales
desde vuestras ventanas o desde vuestros teléfonos móviles comentando los
vídeos que mandan contra gente inocente que solo desear escapar o simplemente
no se quiere someter. A todos vosotros adiós, no contéis conmigo para nada,
para nada. Me habéis decepcionado profundamente como sociedad, como
civilización y como especie ¿Cómo es posible que no os hayáis dado cuenta de
que nos han vuelto a vencer? Nos hemos dejado derrotar. La psicosis colectiva
inyectada con una pericia inusitada nos hace más débiles y han sabido usar con
malicia la inoculación del miedo, para que se extendiera rápidamente la
propagación del terror.
Por eso me he ido, por el asco que me dais. Por el miedo a los
perros que utilizáis para controlar el rebaño, por vuestra complicidad e
inmovilismo a partes iguales.
Os dedicasteis a anular mi libertad, a insultarme por salir y
luego a perseguirme y encima queréis que colabore. Por mí os podéis ir todos al
infierno.
Habéis acabado con la mínima posibilidad de una nueva revolución
contra el poder, les habéis demostrado que haréis todo cuanto os pidan en
cualquier circunstancia, basta con alarmaros un poco, con que alguien os haga
volver a ver la posibilidad de morir. Han conseguido fosilizar, lo que
rescataron las primeras democracias. Todas las doctrinas terminan liderándolas
y apoderándose de ellas aquellos que las repudiaban para luego transformarlas
haciéndolas serviles a sus propios intereses.
No somos quienes creemos ser, ni siquiera somos capaces de
aparentarlo. Para lo único que sí estáis preparados es para la caza de brujas.
No, esto no es solidaridad, es pánico y perfidia contenida.
Han aprovechado durante años para meternos en un estilo de vida
sedentario para que seamos más manejables y sumisos, videojuegos en red,
películas y fútbol en la televisión, pornografía accesible a golpe de click, o
¿creías que todo esto era tan fácil de conseguir por gracia divina? Internet ha
sido un cepo para tenernos amarrados como a las vacas mientras las vacunan o
les dan de comer, para que no se muevan de su sitio. Dicen que todos los países
han sometido a su población a confinamiento, no es del todo cierto, no todos lo
han hecho del mismo modo, pero es verdad que medidas restrictivas de
circulación en mayor o menor medida se han impuesto. ¿Cómo iban a dejar pasar
los poderes públicos una oportunidad como esta de ver cómo se comportan sus
sociedades frente a una imposición de obediencia severa total aderezada con
pavor?
Esta ha sido una gran prueba en la que hemos dado sobresaliente
como ovejas asustadas para los perros del estado. Ya saben que no hace falta
ponernos en un peligro real ni matar a millones de personas para doblegarnos,
además nuestros jefes nos necesitan vivos para trabajar por ellos. ¿Para qué
sirven los perros en un ganado? ¿Para proteger a las ovejas? Desde luego que
no, ellos son los primeros que huyen cuando viene un oso. Sirven para vigilar
que las reses se comporten bien, que vayan todas juntas, que no se metan en los
cultivos llenos de tierna hierba fresca, para que no se descarríen y vayan
obedientes al matadero, si alguna no hace caso será perseguida, maltratada y
mordisqueada.
En el fondo me duele profundamente que hayamos sido tan ingenuos,
que haya sido tan fácil. Ciertamente me habéis defraudado. No sirven para nada
los conocimientos adquiridos en la escuela ni en las universidades, simplemente
somos loros parlanchines solo capaces de repetir las consignas que han querido
enseñarnos, no para despertar la mente libre y crítica, sino para impedir la
construcción de un pensamiento propio que rompa con los cánones impuestos. Si
no enseñamos a las personas a pensar por sí mismos todos los esfuerzos educativos
serán en vano.
Me han perseguido por desobediente, díscolo y disidente. Han
declarado el estado policial con un toque de queda que no se había vuelto a
repetir desde el final del maquis tras la guerra civil en un dictadura como la
de Franco a la que yo y estos que ahora gobiernan no dudamos de tachar de
aberración, y no, la situación no lo requería, es más, no lo debería de haber
requerido nunca. Los que nos prometieron derogar la ley mordaza y nunca lo intentaron, han decretado un arresto domiciliario general, vigilado y castigados por las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Varias
semanas totalmente encerrados, algo inaudito y sin precedentes, además han aceptado varias excepciones,
unas de necesidad como ir a trabajar y transportar comida y otras privilegiadas
como salir a controlar. Esto claramente no atiende a una emergencia sanitaria
de alto contagio y peligrosidad, sino a una prueba de doblegación de la
humanidad. Ha sido una guerra claramente biológica contra el pueblo llano, han
intentado no matarnos porque nos necesitan pero controlados para que no se
revelen las masas, son como pastores de un ganado peligroso, les damos de
comer, pero toman medidas para evitar la rebelión porque podría acabar con ellos. El poder
consiste en tener a muchas personas a tu servicio que trabajen para ti. Les
hemos demostrado que con el miedo nos tienen manejados a su antojo.
Por fin he llegado a Cueva Sorda. Estoy agotado, tantas
cavilaciones, la vigilancia continua para no ser visto y la acelerada carrera
por salir del pueblo me han dejado consumido física y mentalmente, así que
inmediatamente voy a tender mi saco directamente sobre el suelo de la caverna y
mañana será otro día. Seguro que aquí duermo tranquilo como un lirón.
Día 2: El paraíso.
Ya ha salido el sol. Hoy voy a recuperarme por completo, aquí
nadie me va a molestar, comeré un poco de lo que he traído en la mochila y me
daré una vuelta por los Aguanosos para ver si las últimas lluvias han llenado
el aljibe. Me he traído un rollo de alambre. Pasaré por la Rambla de los
Espartales, todavía hay allí un majano donde está instalada una conejera que siempre fue muy prolífica, seguro
que mañana ha caído alguno en los lazos que pondré en los agujeros de los
caños. Bajaré también a las estrechas praderas del barranco del Horcajo, seguro
que allí estarán grandes las berzas, esta noche coceré un puchero con ellas. Ah
y también tendré que traer algo de leña seca para encender un pequeño fuego.
Bueno, andando que hoy tengo mucha tarea, voy a dejar aquí el teléfono apagado,
la batería no durará siempre y en las lomas no creo que me sirva para nada.
Ya está, ya he vuelto, el móvil solo tiene un treinta por ciento
de batería, pero yo he tomado el sol y he cargado bien mis pilas. Me siento
como nuevo, no he visto a nadie por el monte en todo el día ni de lejos. Aquí
voy a estar muy tranquilo, como tampoco dejan salir a los cazadores es muy
difícil cruzarme con alguien, quizá el día que vea alguno sea la señal de que
ya han relajado las normas de confinamiento, pero por el momento tienen al
menos para un mes más. Hoy he podido comprobar como desde aquí no se nota ni el
más mínimo trastorno sobre en la faz de la tierra. Sentado en esta piedra es
como si no existiera el resto de la humanidad, ni un solo ruido de la
civilización, solo el meloso cantar de los pajarillos o el leve zumbido de una
abeja en busca del delicado néctar en las minúsculas florecillas del tomillo.
Aquí no hay nadie más conmigo que la paz y la armonía, dan ganas
de echarse una siesta al sol sobre la losa de piedra caliente.
Salir del pueblo ayer fue lo más angustioso, el recorrido urbano
trazado por las callejuelas menos transitadas me producía un estrés agobiante,
detrás de cada esquina me imaginaba aparecer a una persona y en el peor de los
casos al coche de la guardia civil encendiendo su sirena para detenerme, pero
conforme me iba alejando soñaba que tenía cada vez más cerca el objetivo y que
el reto podía alcanzarse sin percances. Pasar del asfalto a la tierra de los
caminos fue como ir avanzando hacia una libertad ancestral. Cuanto más estrecho
era el camino y más tortuosa la senda, más libre y seguro me sentía, más cerca
de la soledad. Poco a poco el miedo se disipa y con el paso de las horas cuando
intuyes que ya nadie te puede estar siguiendo, la mente empieza a relajarse,
aunque la obsesión traída del mundo urbano por verte siempre vigilado te
sugestione con una paranoia de la que cuesta tiempo desintoxicarse.
Les ha pasado también a los animales salvajes, con el paso de los
días y los humanos encerrados, han empezado a acercarse a pueblos y
ciudades ocupando carreteras y calles.
Pero por fin llegué, justo ayer al anochecer, cuando el canto
chillón y silbante de los pequeños mochuelos, me anunciaba la libertad, la
tranquilidad y la quietud de este paraje. Aquí se está divinamente. Voy a
apagar el móvil de nuevo, quizá mañana le quede algo de batería y pueda grabar
otro rato. Para cuando se me apague he traído esta pequeña libreta, donde iré
anotando lo que se me ocurra, quizá algún día pueda publicarlo y lo pueda leer
alguno de los no convencidos, o de los convencidos me da igual, esto es lo que
pienso y lo que me han hecho sentir. Voy a encender el fuego y coceré las
berzas. Tengo ganas de contemplar desde aquí como cae el sol tras las montañas
del Alto del Campanar y al llegar la noche deseo cerrar los ojos y descansar
para entrar al placer inmenso de un sueño completamente tranquilo como el de
anoche.
Día 3: La primavera
Acabo de despertarme. Diez por ciento de batería. He dormido como
un lirón. Hace otra mañana espléndida, afuera se ve un sol radiante. Desde que
estoy aquí los amaneceres ya no me despiertan al alba. Se nota que la primavera
está en marcha. Desde dentro del saco oigo el zumbido de un enjambre. Se habrá
escapado del cercano colmenar de Manuel, al que por no ser la apicultura su
actividad económica principal, tampoco le dejan venir a cuidar de sus abejas y
por eso se le escapan cuando salen nuevas reinas y enjambran para duplicar la colonia llevándose con ellas a la mitad de la población de cada caja. Ahora este
enjambre estará buscando un nuevo lugar donde instalarse, espero que no quieran
apoderarse de la cueva, que ahora es mi hogar, aunque si se meten en algún
agujero cercano podré intentar robarles algo de miel. Pobre Manuel, él también
estará angustiado y preocupado por sus colmenas, es una afición que tiene desde
hace años y ahora nadie desde arriba le apoya para poder venir a trabajarlas
por no ser profesional. Será que los aficionados contagian más que los
profesionales o que estos últimos quieren eliminarse a la competencia. Voy a
salir a ver qué intenciones lleva esta muchedumbre de abejas.
Joder, joder, no es un enjambre es un puto drone, un maldito
drone, me han encontrado, tengo que intentar derribarlo.
Y así terminaba su relato, no sé si consiguió abatirlo o no, si le
tiró una piedra o el propio teléfono. Quizá los agentes del Seprona y algún
forestal le estaban esperando de cerca para darle caza, pero si el drone
encontró a Miguel es porque geolocalizaron su teléfono móvil y lo estaban
siguiendo. Si lo hubiesen atrapado y metido entre rejas, el teniente general de
la guardia civil se hubiera encargado de publicitarlo en sus comparecencias
diarias como una captura heroica. Yo escuchaba todas las ruedas de prensa del
comité de crisis durante el estado de alarma, nunca he visto tantos
telediarios. Los diferentes jefes de los cuerpos de seguridad y los ministros
asociados solo informaban de lo que consideraban sus éxitos, de la corrupción
dentro del gobierno, de la colaboración interesada con el tráfico de drogas y
otros fracasos nunca decían nada. De Miguel Hontanar no se ha hablado, quizá
nunca sepamos lo que ha sido de él, pero en el pueblo se rumorea que una tarde los dos agentes de
la patrulla motorizada del Seprona que subieron a la ermita de San Cristobal,
vieron la puerta abierta cuando siempre había tenido un candado abrazando el pasador
del cerrojo exterior. Desmontando de sus vehículos de dos ruedas se
introdujeron dentro para ver si todo estaba en orden, nada más entrar a la
oscura estancia y mientras sus ojos se adaptaban de la luz intensa de la tarde
a la lobreguez del interior del santuario, una sombra salió rápidamente de
detrás de la puerta, deslizándose hacia el exterior como un fantasma. La puerta
se cerró de golpe y oyeron chirriar la varilla del cerrojo que quedó bloqueado por
fuera. Tuvieron que ser rescatados a la mañana siguiente por el cabo de la
guardia civil y un compañero suyo cuya mujer lo contó entre cuchicheos a las
compañeras en la residencia de ancianos donde trabaja. Las ruedas de las motos estaban pinchadas y la gasolina
derramada por el suelo.